Creencias y conductas irracionales presentes en familiares y víctimas de secuestro y extorsión
Fecha de recepción: 2010-07-22. Fecha de aceptación: 2010-10-20
Víctor Julio Salgado-Villegas
Psicólogo clínico. Especialista en Psicología Criminal y Forense. Miembro del Colegio Colombiano de Psicólogos.
Jefe, Grupo de Prevención y Atención Psicológica a Víctimas de Secuestro y Extorsión, Policía Nacional, Cali, Colombia.
Victor.salgado@correo.policia.gov.co
RESUMEN
El objetivo de esta investigación es analizar las implicaciones psicológicas
generadas por eventos de súbita ocurrencia, como el secuestro
o la extorsión, que generan, en la víctima y su círculo familiar más
cercano, un desequilibrio y desorganización cognitiva, conductual,
emocional, física, económica y social, que puede empeorar por las
diferentes creencias y conductas irracionales aprendidas y retenidas.
La muestra poblacional estuvo conformada por cinco hombres y cinco
mujeres, residentes en la ciudad de Santiago de Cali (Colombia),
que fueron víctimas de secuestro y extorsión. Se describen las creencias
y las conductas presentes, tanto en las víctimas como en los familiares,
y a partir de los postulados de la terapia racional emotiva de
Albert Ellis, se analiza cómo estos comportamientos afectan aún más
el proceso ambiguo y complejo que deben enfrentar. La recolección
de información se logró mediante la entrevista en profundidad.
Los resultados revelaron que las víctimas se sienten responsables,
porque “no evitaron estos infortunados sucesos por sí mismas”;
encuentran dificultades para afrontar responsabilidades y generan
sentimientos de inseguridad, inferioridad y desconfianza, así como el
desconocimiento de las propias capacidades. En cuanto a los familiares,
sufren perturbaciones emocionales, sumadas a los sentimientos
de inutilidad, agresividad, culpa o desinterés, estrés y enfermedades
psicosomáticas, así como el aislamiento o la vergüenza.
PALABRAS CLAVE
Secuestro, extorsión, familia, víctima, terapia racional emotiva, Albert Ellis (fuente: Tesauro de política criminal latinoamericana - ILANUD).
ABSTRACT
This research is aimed at analyzing the psychological implications generated
by the sudden occurrence of unexpected events, such as kidnap
or extortion, by which victims and their closest family circle are
fall into a situation of turmoil, unbalance, and cognitive, behavioral,
emotional, physical, economical and social disorder likely to worsen
according to different either learned or retained and often irrational
beliefs and conducts.
The population sample consisted of five men and five women, all of
them residing in the city of Cali (Colombia), who had been victims of
kidnapping and extortion. In this article, beliefs and conducts present
in both the victims and their relatives are described and, based on the
postulates of Albert Ellis’s rational emotive behavior therapy (REBT),
an analysis is made of how these behaviors tend to affect in greater
manner the ambiguous and complex process they must confront. Information
collection was possible through in-depth interviews.
The results revealed that victims feel in some way responsible for
their fate, because, as they say. “they did not, by themselves, prevent
those unfortunate events from happening”; they meet obstacles to
confront their responsibilities, giving rise to feelings of insecurity, inferiority
and mistrust, as well as ignorance of their own abilities and
qualities.
As for the family members, they suffer emotional distress and disturbances
added to feelings of uselessness, aggressiveness, guilt or lack
of interest, as well as stress, psychosomatic illnesses, and isolation or
shame.
KEY WORDS
Kidnap, kidnapping, extortion, family, victim, rational emotional behavior therapy, (Source: Thesaurus of Latin American Criminal Policy - ILANUD).
Introducción
El secuestro y la extorsión, como estados de sometimiento irracional, desbordan el súbito
e impredecible terror de eventos traumáticos que confunden la vida y la envuelven en un
manto de incertidumbre, desesperanza y temor constante de perderla.
La desorganización y desequilibrio cognitivo-conductual provocados por los efectos devastadores
de estos delitos encierran un alto grado de violencia, no solo a nivel de la estructura psicológica,
que produce consigo un daño psíquico.
Según Echeberrúa y Del Corral, 2004, se genera un daño psíquico por la amenaza a la propia vida
o a la integridad psicológica, por una lesión física grave, por la percepción del daño como intencionado
o consecuencia de un suceso negativo que desborda la capacidad de afrontamiento y
de adaptación.
Todo esto provoca en las víctimas un daño muy elevado, lo que aumenta de dos a tres veces la
probabilidad de sufrir algún trastorno psicopatológico con respecto al resto de la población.
Según Guzmán y Aristizábal (2002, 75) los eventos traumáticos, como el secuestro y la extorsión
generan grandes dificultades y repercuten en la actividad de la persona en sus diferentes
áreas.
La desorganización y el desequilibrio que ocasionan el secuestro y la extorsión se reflejan en
diferentes niveles:
1. Nivel físico: se manifiesta en el evidente deterioro de la salud, ocasionado por las condiciones
precarias del cautiverio o por el propio descuido de la víctima.
Suele suceder durante el secuestro o después de recobrar la libertad e iniciar el proceso de
readaptación social.
2. Nivel económico: cuando la familia o el liberado perciben el notorio detrimento de su economía,
porque se vieron obligados a acceder a las pretensiones exigidas por los agresores.
En ocasiones el deterioro económico también ocurre por los gastos que implica realizar las
diferentes diligencias para solucionar el secuestro.
3. Nivel político y social: cuando tanto el secuestrado como su familia consideran que el Estado,
o las diferentes instituciones que lo representan, no cumplen su misionalidad constitucional
y permiten su ocurrencia.
Algunos familiares perciben, por parte de los funcionarios encargados de investigación judicial,
una dilatación en la búsqueda de una solución rápida y definitiva, que permita el
regreso de la persona secuestrada.
Por tanto, se hace perceptible en el rompimiento de los vínculos sociales, que conlleva a un aislamiento
por parte de las víctimas, como en algunos de sus familiares.
Sin embargo, el secuestro y la extorsión han marcado, desde las postrimerías de la década de
los 70, de manera sistemática, continua y casi ininterrumpida, la vida de una gran mayoría de
personas de la sociedad colombiana (Fondelibertad, 2009).
Por tratarse de eventos circunstanciales, el secuestro y la extorsión se intensifican, tal vez por
las creencias irracionales preestablecidas, como pensar que nunca les va a ocurrir o porque la
gente considera que “sólo les ocurre a quienes poseen grandes cantidades de dinero”.
Debido a todo esto, muchas personas de los diferentes estratos sociales no se permiten la posibilidad
de adoptar una actitud preventiva, lo cual impide que se busquen conductas racionales
tendientes a evitar que estos hechos ocurran. Peor aún, porque no permiten reconocer que en
cualquier momento pueden ser objeto de esta clase de conducta criminal, de un alto y generalmente
inentendible contenido traumático.
Slaikeu (1996, 67), al hablar de las crisis circunstanciales en la vida y al referirse específicamente
a esa característica que él llama imprevisión, refiere: “individuos y familias pueden anticipar
algunas transiciones de la vida y de ese modo prevenir una crisis, pero pocos son los que están
preparados para una crisis circunstancial”. En la mayor parte de los casos, la gente tiende a
pensar que eso le sucederá a alguien más. Todo esto ayuda a que, sin darse cuenta, se facilite el
accionar de los agresores.
El secuestro, como un desastre provocado por el mismo ser humano, cada día más tecnificado
pero que desde sus inicios su fin es atentar contra sus semejantes a través del sometimiento,
trae consigo grandes dificultades.
Todo esto con un enfoque perceptivo diferente al que antes del evento se tenía, influenciado
en muchas ocasiones por creencias irracionales, que desde el inicio del hecho repercuten en la
estructura vital. No solo contra quien se le comete la agresión física y emocional (víctima primaria),
sino también contra sus familiares (víctimas secundarias) y vínculos más cercanos (víctimas
terciarias).
Eventos de súbita ocurrencia, como el secuestro y la extorsión, no solo sobrepasan las fronteras
geográficas, culturales y sociales, sino también las de un entendimiento racional.
La vivencia de estos delitos desarticula, o por lo menos obnubila, la percepción de las relaciones
humanas básicas, que permiten vivir en una comunidad, con un orden social establecido, el cual
en ocasiones es transgredido por algunos de sus integrantes.
Los que no son descubiertos continúan siendo aceptados socialmente, lo que se constituye en
una amenaza latente para sus semejantes. Por el contrario, aquellos que sí se detectan terminan
excluidos a través de un régimen carcelario, que busca más aislar que resocializar.
Todas las situaciones descritas con anterioridad son consideradas conductas punibles y, por
lo tanto, representan penas privativas de la libertad dentro del sistema judicial colombiano. El
mismo Estado es el encargado de la protección contra estos delitos, a través de los diferentes
mecanismos y atribuciones jurídicas y sociales que le confiere la ley.
Cuando se enfrenta el secuestro, sea simple –no existe exigencia– o acompañado de la extorsión
–extorsivo–, las normas de organización y regulación social logran tergiversarse, o
en ocasiones percibirse ambiguas, porque las víctimas comprenden que deben respetar la
vida, dignidad y libertad humanas, pero no entienden por qué ese otro no hace lo mismo,
quien además se siente con el derecho de irrumpir de manera violenta en su mundo interno
y externo.
Después de esto, algunas personas perciben su mundo inseguro y frágil, y en ocasiones se
sienten desamparadas y llenas de incertidumbre. Estos hechos permiten vivenciar el síndrome
de indefensión aprendida, que según Seligman (1991), citado por Rey (2009), lo describe
como una condición psicológica en la que un sujeto aprende a creer que está indefenso y
que no tiene ningún control sobre la situación que vivencia, y que cualquier cosa que
haga es inútil.
Así mismo, sienten vulnerados sus derechos fundamentales, inclusive la vida
misma, pues en ocasiones la víctima es asesinada por sus agresores o muere
a causa de las condiciones del ambiente, por enfermedades físicas o mentales
adquiridas. A esto hay que sumarle el grave y continuo deterioro de
la salud, que en la mayoría de las veces es desatendida por los encargados
del cuidado.
Las personas que se convierten en víctimas de extorsión también presentan
ciertas dificultades, que interfieren en su ajuste vital. La más observable
en los casos atendidos en el Gaula-Valle del Cauca1 (2010) es el rompimiento
o afectación de los vínculos familiares, de pareja, de amistad,
con la comunidad y, algunas veces de manera paradójica, con las mismas
autoridades creadas para la defensa contra estos delitos, a pesar de que
estas buscan ofrecer una alternativa que lleve al mejor desenlace de toda
esa trama, no solo desde el orden jurídico sino también desde el aspecto
emocional.
Todo lo anterior podría ser menos traumático si se cuenta con una orientación
y un acompañamiento psicológico que ayuden a que toda la complejidad
de este proceso se logre enfocar de la manera más adecuada y tratar
de evitar que se sumen otros efectos negativos.
En determinado momento, esos efectos negativos se pueden ver reflejados
en pensamientos y conductas irracionales, que hacen percibir la situación
peor de lo que ya está.
También existe el riesgo de exponer al secuestrado y su familia a un dolor
innecesario, que se habría podido evitar.
Los delitos violentos, y en especial el secuestro y la extorsión, tal como
lo plantean Kilpatrick y Saunders (1989), citados por Rey (2009, 9),
son sucesos negativos, vividos de forma brusca, que generan terror e
indefensión, ponen en peligro la integridad física de una persona y dejan
a la víctima en tal situación emocional que es incapaz de afrontarla
con sus recursos psicológicos habituales.
En esta parte de la investigación entra a ejercer un papel relevante la
Terapia Racional Emotivo-Conductual (TREC).
Ellis (1955) se basa en la premisa de que el pensamiento y las emociones de los seres humanos
no son dos procesos diferentes, sino que se yuxtaponen de forma significativa, y que, desde el
punto de vista práctico, en algunos aspectos son esencialmente lo mismo.
El autor también plantea que esta terapia se basa en la idea de que tanto las emociones como
las conductas son producto de las creencias de un individuo, de su interpretación de la realidad.
Esto se refleja en algunas personas que se convierten en víctimas de secuestro o extorsión, lo
cual contribuye al deterioro de la salud física y mental.
Así mismo, menciona que las personas crean sus propias ansiedades, culpabilidades, depresiones
y enfados, por las ideas o creencias irracionales que defienden. Basado en esto, agrega que
el objetivo de la TREC es inducir al cliente a que las olvide, así como los comportamientos autodestructivos
que a veces los acompañan, y a potenciar al máximo su forma racional de pensar y
de creer (Ellis, 1955).
Di Giuseppe (1991), citado por Dryden y Yankura (1999, 308), al referirse a esta terapia plantea
que es recomendable adoptar pasos específicos, para ayudar a los clientes a construir creencias
racionales, con las cuales sustituir las irracionales e inútiles.
Por su parte, Ellis (1994) afirma que la gente tiene innumerables creencias (B) o cogniciones,
pensamientos o ideas acerca de sus acontecimientos activadores (A), y estas B tienden a ejercer
influencias importantes, directas y fuertes sobre sus consecuencias (C) cognitivas, emocionales
y conductuales.
Este autor concluye que la gente aprende evaluaciones, inferencias y conclusiones absolutistas,
de sus padres, maestros u otras personas, y plantea que estas creencias irracionales (CI) se
aprenden y se retienen fácilmente.
Además de las creencias y conductas irracionales, presentes en algunas víctimas y sus familiares,
también se suma la falta de un grupo especializado en atención psicológica en la ciudad
de Cali (capital del departamento del Valle del Cauca, Colombia) debido a que el Gaula Valle del
Cauca no cuenta con este servicio desde el 2007.
Estudios e investigaciones realizados (Sometimiento y libertad, Fundación País Libre, 1996; El
secuestro: una muerte suspendida, Meluk, 1998; Una respuesta humana ante el secuestro, Guzmán
y Aristizábal, 2002; Protocolo de atención a familiares y víctimas del secuestro y extorsión - Funcionarios
Gaula, Rey, 2009) permiten establecer que la psicología es la disciplina que en Colombia
ha tenido más compromiso y se ha encargado de investigar, difundir y minimizar la manera
como estos delitos afectan a las víctimas y sus familias.
Por todo esto, el presente trabajo investigativo se encamina en la búsqueda de objetivos específicos,
que permitan:
• Identificar las creencias irracionales hacia sí mismo.
• Determinar las conductas irracionales acerca de los demás.
• Establecer las conductas irracionales acerca de la vida y del mundo, presentes
en familiares y víctimas de secuestro y extorsión.
Método
Para lograr los objetivos propuestos en la investigación actual, se tienen en cuenta los parámetros establecidos por el estudio, de carácter exploratorio y descriptivo, siguiendo los lineamientos de la investigación cualitativa, con un diseño de calidad etnográfica.
Fuentes de información
Población
Corresponde a 85 casos reportados por el Gaula en la ciudad de Cali, en el año 2009. Trece casos de secuestro extorsivo y 72 de extorsiones.
Muestra
Se escogieron diez casos para analizar, entre ellos:
• Madre (42 años), ama de casa, y su hija (12 años), estudiante. Fueron víctimas de secuestro
extorsivo. El lugar de cautiverio, durante seis horas, fue su propia casa.
• Dos miembros de la Policía Nacional, de 31 y 35 años de edad, quienes permanecieron retenidos
durante más de dos años por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Secuestro extorsivo con fines políticos.
• Un hombre de 45 años de edad, con estudios universitarios y actividad comerciante, esposo
de una mujer que fue víctima de secuestro extorsivo durante seis meses.
• Una mujer de 43 años, ama de casa, con estudios técnicos, madre de un niño de nueve años
que fue secuestrado y violado por su captor. Permaneció en cautiverio durante un mes.
Secuestro extorsivo.
• Dos hombres, de 38 y 43 años de edad, con estudios primarios, de actividad comerciantes.
Víctimas de extorsión.
• Dos mujeres, de 39 y 42 años de edad, con estudios primarios, de profesión comerciantes.
Víctimas de extorsión.
Instrumento
Teniendo en cuenta los requisitos esenciales, como son la confiabilidad, la validez y la objetividad,
se utilizó la entrevista en profundidad, que incluía la siguiente guía:
1. Identificación del caso:
Datos de identificación, conformación familiar, lugar de origen, escolaridad, creencia religiosa.
2. Narración de los hechos:
Situaciones relacionadas con el suceso, tipo de suceso (secuestro/extorsión), cómo ocurrió,
lugar, tiempo, quiénes intervinieron.
3. Percepción inmediata del suceso:
Sentimientos al inicio del evento, pensamientos inmediatamente posteriores a él, conductas,
reacciones.
4. Tiempo del secuestro o la extorsión:
Sentimientos posteriores al evento inicial, pensamientos, conductas.
5. En casos de secuestro o extorsión:
Negociación, finalización, sentimientos, pensamientos, conductas.
Criterios éticos
1. Participación voluntaria y sin remuneración económica.
2. Preservación de la identidad. Se utilizaron nombres y lugares ficticios para proteger la identificación
de los participantes.
3. Firma del consentimiento por parte de los seleccionados.
Procedimientos
1. Se consultó la base de datos del Gaula-Valle.
2. Se seleccionaron diez sujetos que cumplían con las condiciones de inclusión para la muestra,
y se realizaron cinco entrevistas con cada uno, de una hora de duración.
3. Se analizaron los relatos, de acuerdo con la TREC de Ellis.
4. Se formularon las conclusiones desde las categorías de análisis, que corresponden a los
objetivos específicos.
5. Se hicieron recomendaciones.
Después de revisar los archivos de los casos reportados y tener contacto con cada una de las víctimas,
se estableció que solo diez personas cumplían con los requisitos exigidos: ser voluntario
y tener disponibilidad de tiempo para la investigación.
Además, las personas seleccionadas eran las víctimas de los casos más recientes, por lo cual se
evidenció que presentaban algunos problemas de tipo psicológico, producto de los efectos del
secuestro y/o extorsión, hecho que fue corroborado por ellos.
La selección también obedeció a una solicitud específica de estas personas para que se tuvieran
en cuenta en el procedimiento.
Resultados
Se analizaron las entrevistas de acuerdo con la teoría de la TREC de Ellis, quien ubica en once
categorías las creencias irracionales, pero agrupadas en estas tres conductas:
• Acerca de uno mismo.
• Acerca de los demás.
• Acerca de la vida o el mundo.
En las tablas 1, 2 y 3 se presentan las creencias y conductas irracionales identificadas en los sujetos
de la muestra.
Tabla 1. Creencias y conductas irracionales acerca de uno mismo
Tabla 2. Creencias y conductas irracionales acerca de los demás
Tabla 3. Creencias y conductas irracionales acerca de la vida o el mundo
Análisis general
Creencias irracionales hacia uno mismo
Todos los sujetos de la muestra presentaron, durante el secuestro o extorsión y posterior a estos,
ideas irracionales respecto a que ellos son responsables por no haber evitado lo sucedido.
Estas ideas les producen ansiedad perturbadora, debido a la tensión emocional que tiene lugar
cuando las personas sienten que su vida o comodidad está amenazada, porque deben o tienen
que conseguir lo que quieren y que es horroroso y catastrófico cuando no lo consiguen.
Debido a que algunas personas con facilidad pueden generalizar sentimientos perturbadores en
sí mismos, como ansiedad, depresión y vergüenza, creen que para considerarse valiosas deben
ser muy competentes, suficientes y capaces de lograr cualquier cosa, en todos los aspectos posibles.
No eran conscientes de que ninguna persona puede ser totalmente competente en todo lo que
haga. Es propio del ser humano intentar tener éxito; sin embargo, el exigirse que siempre debe
ser así es la mejor manera de sentirse incompetente e incapaz, aun en las cosas más cotidianas,
al creer que no dio su mejor esfuerzo para alcanzar sus logros.
Forzarse de manera excesiva produce estrés, depresión y enfermedades psicosomáticas, como
las advertidas en la investigación. Sumado a esto, creen que es una necesidad extrema ser amado
y aprobado por cada persona significativa de la sociedad.
Así como el exigirse, ser competente en todos los aspectos y ser aprobado por todos es una
meta utópica, para algunas personas es importante ser aceptado y aprobado socialmente, pero
cuando se requiere de manera extrema genera perturbación emocional constante, lo cual no
permite la posibilidad de pensar que es imposible, por lo menos de manera real, parecer siempre
simpático o agradable a los demás. Aunque se pudiera alcanzar, exigiría un enorme esfuerzo,
que conllevaría a un agotamiento extremo y, por tanto, a sentirse mal consigo mismo, generando
un servilismo, de manera que se tendrían que abandonar las propias necesidades para
satisfacer siempre las de los demás.
También se presenta la creencia irracional: “Es tremendo y catastrófico el hecho de que las cosas
no vayan por el camino que a uno le gustaría que fuesen”. Creen que las cosas deberían ser
como ellas quieren que sean y no lo que realmente son.
Estar abatidos por el cauce que toman los acontecimientos no ayudará a mejorarlos, pero es
posible que de esta forma se logren empeorar. Cuando algo no sale como se desea, lo más sano
sería luchar por cambiarlo; pero cuando no sucede, se debe establecer un límite y aceptar las
cosas como son y buscar la manera de adaptarse y continuar, lo cual no significa ser conformista,
pero sí aceptar que todos los seres humanos tienen limitaciones.
Esto se evidencia en los sujetos de la muestra, que no querían aceptar la ocurrencia del secuestro
o la extorsión y trataban de cambiar algo que ya había ocurrido, en vez de ser conscientes de
la realidad y así poder buscar alternativas dirigidas a una solución.
Aunque produzca frustración verse privado de algo que se desea, en este caso la pronta liberación
o la solución inmediata a una extorsión, sentirse muy desdichados es solo el efecto proveniente
de considerar de manera errónea ese deseo como una necesidad fundamental, lo cual no
permite aceptar que existen soluciones que no solo dependen de la persona, sino también de
factores externos que requieren de un tiempo antes de concretarse. Esto es más complicado
en casos de secuestro y extorsión, pues la incertidumbre, el espacio de tiempo prolongado y la
voluntad del agresor son variables determinantes.
La necesidad de una seguridad les impide ver como una posibilidad la inestabilidad. Para evitarlo,
se dicen cosas como: “no hablemos de eso, no atraiga desgracia, eso no nos va a pasar, no le
hago mal a nadie, no tenemos enemigos”. Esto impide tomar precauciones que puedan evitar o
minimizar su ocurrencia.
Evitar afrontar ciertas responsabilidades, dificultades o actividades en la vida, aunque a veces
resulte cómodo y se perciba como una solución por considerarlas desagradables, trae notorias
consecuencias negativas; por ejemplo, dejar de estudiar, trabajar, recrearse o realizar cualquier
actividad que requiere esfuerzo físico y/o mental, pero que son necesarias en la consecución de
determinadas metas.
El proceso de tomar la decisión de huir o evitar hacer algo que se considera difícil, a sabiendas de
lo provechoso que puede llegar a ser habitualmente, suele conllevar más sufrimiento, que hacer
la actividad considerada desagradable. La confianza en sí solo proviene de hacer actividades y
no evitarlas. Si se evitan estas tareas, aparentemente será más fácil, pero a la vez aumentará el
grado de inseguridad, inferioridad y desconfianza, así como el desconocimiento de las propias
capacidades. Creen que es más seguro encerrarse, aislarse o huir de los problemas como aparente
solución. Pero esto la mayoría de las veces es temporal, por lo cual terminan afrontándolo,
al ver que con el hecho de huir los problemas no desaparecen, como en principio se creía.
Los familiares del secuestrado, durante el tiempo que dura el cautiverio, presentan un descuido
en su presentación personal y en la salud. Esto también se refleja en las víctimas después de
recuperar su libertad.
Sentimientos depresivos, inutilidad, agresividad, culpa o desinterés por algún tipo de actividad
que antes del evento les parecía atractiva. Perturbación emocional, estrés y enfermedades psicosomáticas,
así como aislamiento o vergüenza.
La niña de doce años que fue secuestrada en su propia vivienda, en compañía de su madre, llegó
a lastimarse a sí misma, haciéndose un corte en su mano izquierda con una cuchilla.
El agente de policía de 31 años de edad no se siente competente. Afirma sentirse inferior porque
su ansiedad no le permite realizar actividades laborales como lo hacía antes del secuestro. Se
siente minimizado, realizando tareas de poco esfuerzo y riesgo. Cree que el trabajo que realiza
no es tomado en serio por sus jefes y compañeros.
La segunda conducta irracional dirigida hacia uno mismo lleva a la persona a experimentar una
necesidad extrema de ser amado y aprobado por prácticamente cada persona significativa de
la sociedad.
Esto se evidencia en conductas como: sentimiento de inferioridad en el agente de policía de 35
años. Sentimientos de inferioridad y rompimiento de vínculos familiares con el esposo de una
mujer que estuvo secuestrada durante seis meses. Baja autoestima y rompimiento de vínculos
de pareja en la mujer de 43 años que estuvo secuestrada junto a su hija.
La tercera conducta irracional lleva a la persona a pensar que es tremendo y catastrófico el hecho
de que las cosas no vayan por el camino que a ella le gustaría que fuesen, lo que se refleja
en conductas tales como: aislamiento social en la madre de un niño de nueve años, quien fue
secuestrado durante un mes, ocasión en que también fue violado.
Confusión en las dos mujeres de 39 y 42 años, quienes fueron víctimas de extorsión. Sentimientos
de depresión, desesperación e indefensión en los agentes de la policía de 31 y 35 años, secuestrados
durante dos años a manos por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC).
En cuanto a la conducta irracional “Es más fácil evitar que afrontar ciertas responsabilidades y
dificultades en la vida”, una de las mujeres víctimas de extorsión ocasiona un desplazamiento
inesperado a otra ciudad. Separación y envío de sus hijos a otro país, en el esposo de una mujer
secuestrada durante seis meses.
Creencias irracionales hacia los demás
Estas creencias llevan a que la persona realice comportamientos que la perturban, pero su enojo no proviene de su conducta, sino de lo que ella se dice a sí misma.
Aunque para algunas personas es normal tener cierto grado de dependencia hacia los demás, no
se debe llegar al punto de que los demás elijan o piensen por ellos mismos.
Cuanto más se permite que las otras personas decidan por uno mismo, menos oportunidad se
tiene de aprender y de llegar a ser autónomo. Por tanto, se genera más dependencia, inseguridad
y pérdida significativa de la autoestima.
La niña de doce años teme dormir sola y se pasa al cuarto de los padres por la noche.
El agente de policía de 31 años desde el comienzo se entregó a la oración y pensaba que solamente
contaba con la protección divina.
La madre que fue secuestrada con su hija, en su propia casa, está desconcertada con el comportamiento
de su esposo. Necesita de su apoyo, pero no comprende las conductas de huida que
él presenta; cree que ella y su hija no le interesan, lo que desencadena un rompimiento de los
vínculos familiares.
Referente a la creencia irracional “La desgracia humana se origina por causas externas y la
gente tiene poca capacidad, o ninguna, de controlar sus penas y perturbaciones”, los ataques
verbales de los demás solo pueden afectar a cada individuo, en la medida en que con sus
propias valoraciones e interpretaciones les hagan caso. La expresión referida a sus amigos
conlleva en la niña de doce años un valor de terrible o insoportable, que hace que los culpe de
sus propios sentimientos y se aleje de ellos. Esto impide comprender que no se pueda cambiar
lo que los demás dicen respecto a otros, pero sí se puede cambiar la forma de asumir cada
situación. Los dos agentes de la policía culpan a la institución a la cual pertenecen por haberlos
trasladado a un municipio lejano y de gran presencia subversiva; esta creencia les impide ver su
falta de precaución. Así mismo, dicen que mientras estaban secuestrados lloraban mucho y le
pedían a Dios para que no los dejara asesinar.
Por mucho disgusto que cause la conducta de los demás, esto probablemente no la cambiará;
es mejor aceptar que no se tiene el poder de cambiar a los demás. Y si esto se consigue, se habrá
pagado un alto precio, con la propia perturbación.
Algunas creencias irracionales impiden que las personas de la prueba logren entender que aunque
existen normas sociales establecidas, que buscan una interrelación basada en el respeto
mutuo, algunos individuos se apartan de ellas, causando daño a los demás. Sin embargo, no
deberían creer que todos son viles y malvados. Algunos pueden cometer conductas agraviantes,
por error o por el mismo desconocimiento de estas reglas, o tal vez porque percibieron que era
la manera adecuada de actuar.
No se trata de justificar la conducta criminal; al contrario, las leyes la condenan y todas estas
razones no son causales de exoneración penal. Lo que debería aceptar la persona agredida es
que los únicos encargados de hacer pagar por estas actuaciones son las instituciones que administran
justicia, y que no se debe sentir atormentada o perturbada.
Los sujetos de la prueba piensan que las personas que hacen daño a las demás no sirven y, por
tanto, las consideran un estorbo, y concluyen que es la manera de hacerle un bien a la sociedad.
Creen que son malos y deben sufrir de la misma manera en que ellos lo hicieron.
Creencias irracionales hacia la vida o el mundo
Si se está muy preocupado por un asunto de riesgo, el nerviosismo impide ver en realidad la
gravedad del hecho. La ansiedad intensa ante la posibilidad de que un hecho peligroso ocurra,
impide afrontarlo con eficacia cuando realmente sucede. Inquietarse por una situación peligrosa
conlleva a exagerar las posibilidades de que ocurra, aunque esto es muy improbable.
El esposo de la mujer que fue secuestrada menciona que antes del secuestro tenía el presentimiento
de que iba a pasar una tragedia, porque todo estaba saliendo fácil en su vida, y que por
eso tenía que pagar un alto costo por todo lo que había logrado.
Otra creencia irracional acerca de la vida o el mundo está relacionada con la historia pasada de
la persona como un determinante decisivo de la conducta actual.
La mujer comerciante de 45 años, víctima de extorsión, perdió a su esposo un año antes,
cuando lo asesinaron en el momento en que intentaron hurtarle el vehículo en el que se movilizaba.
Ella consideraba que no merecía la felicidad, creencia que se identificó cuando fue extorsionada
por primera vez. No acude a las autoridades, basada en el hecho de que no habían
capturado a los asesinos de su esposo y por esta razón no podrían ayudarle. Decide pagar una
parte de la exigencia económica que en un comienzo le habían hecho, creyendo que había
solucionado su problema. A los dos meses le exigen otra cuota, y finalmente acude al Gaula.
Ella cree que lo ocurrido en el pasado la va a seguir persiguiendo y decide vender sus negocios
e irse a otra ciudad.
La búsqueda de seguridad solo genera ansiedad y expectativas falsas. Los desastres que la gente
imagina que le sobrevendrán si es que no consiguen una solución correcta a sus problemas,
no tienen una existencia objetiva sino que son desastres creados en su mente.
La segunda conducta irracional, dirigida hacia la vida o el mundo, está basada en la creencia de
que invariablemente existe una solución precisa, correcta y perfecta para los problemas humanos,
y que si esta solución perfecta no se encuentra, sobreviene la catástrofe. El secuestro y la
extorsión afectan no solo a la persona sino a toda su familia; para todos es una gran catástrofe,
para la cual no se habían preparado jamás, y hacían evitación diciéndose a sí mismos que eso no
les iba a ocurrir.
Conclusiones
Esta investigación se diseñó y realizó para describir las creencias y las conductas irracionales
presentes en familiares y víctimas de secuestro y extorsión. En el ámbito mundial, el secuestro
y la extorsión, además de ser una clara violación a los Derechos Humanos y el Derecho Internacional
Humanitario, son conductas irracionales y punibles, porque amenazan no solo la libertad,
la tranquilidad y la dignidad humanas, sino también la vida misma y, por ende, la estabilidad de
toda una sociedad, que en determinado momento se percibe víctima de los efectos traumáticos
que traen consigo eventos de tal magnitud.
El estudio señaló que las creencias y conductas irracionales identificadas influyen de manera
negativa en la calidad de vida de las personas que han sido objeto del secuestro o la extorsión, al
creer profundamente en ideas absolutas irracionales, que distorsionan y, por tanto, complican la situación que se vive, haciéndola parecer más grave de lo que es. La identificación de estas
creencias y conductas permite trabajar sobre ellas, con la finalidad de explicar los problemas
emocionales y determinar la intervención terapéutica para ayudar a resolverlos.
Las creencias irracionales acerca de uno mismo, encontradas en los sujetos de la muestra, se
relacionan con la sensación interna de “salvador”. Creen que pudieron evitar el secuestro o la
extorsión. Realizan una revisión obsesiva de todo lo que pudieron hacer o decir para que no se
consumara el hecho, aun sabiendo que, de acuerdo con las circunstancias, era imposible evitarlo.
Sin embargo, esto las hace sentirse culpables e impotentes, a pesar de que todos los secuestros
se hicieron bajo la intimidación de las armas de fuego, poniendo en alto riesgo la vida. En
cuanto a la extorsión, ejerce una presión psicológica a través de amenazas contra la integridad
de las víctimas y otros miembros de la familia, con gran vínculo afectivo.
Al tratar de compensar la culpa y la impotencia frente a estos hechos, la percepción errónea
de las víctimas y algunos familiares las lleva a culpabilizar a otros, a creer que hubieran podido
colaborar para evitar el secuestro. Creen que personas cercanas, familiares y vecinos, pudieron
dar aviso a las autoridades, y de esta manera evitar su ocurrencia; como consecuencia, hay
rompimiento de vínculos familiares, de amistad y con cualquier otro miembro de la sociedad
que entra a formar parte de la gran lista de “culpables” por esa omisión de ayuda. “Creen
que hubieran podido… y no lo hicieron”. También se culpa a las autoridades: “si hicieran más
presencia… o fueran eficientes, no hubiera ocurrido”; por eso no es extraño que algunas víctimas
sientan rabia por algunas instituciones del Estado, aun cuando sean rescatadas por estas.
Algunas creen que, por ese hecho, los secuestradores tomarán venganza contra sus familias,
lo que lleva a culpabilizar a las mismas autoridades, por haberlas devuelto a la libertad y por lo
que pueda suceder posteriormente. Sin embargo, cuando sienten el respaldo integral que en
ocasiones se les brinda en el difícil proceso de readaptación a la vida social, sus temores se van
disipando y entienden que solo era una más de las innumerables formas de sometimiento, manipulación
y control emocional que sus agresores, de manera inhumana, ejercían sobre ellas.
Por otro lado, los familiares de las víctimas sienten la necesidad de que la totalidad de los esfuerzos
humanos, sociales e institucionales se pongan a su servicio: se suspendan otras investigaciones,
para ocuparse solo de la suya; urgen por una pronta solución; esperan que familiares, vecinos,
amigos y compañeros de trabajo, incluso medios de comunicación, estén a su disposición
de manera permanente e incondicional, lo que también contribuye a generar rompimiento de
vínculos, por pensar que aquellos que no lo hacen es porque no les interesa la “tragedia” que están
viviendo. Debido a esta distorsión emocional, no logran entender que estas personas tienen
otras obligaciones, también importantes, que deben cumplir, y por esta razón no pueden estar
a cada segundo acompañándolas, y en caso de ser así, demandaría un gran esfuerzo y desgaste
físico y emocional de todos los involucrados.
Su percepción de impotencia, lo cual les genera angustia, las lleva a presionar un rescate inmediato
por parte de las autoridades, pero esto en ocasiones solo ayuda a empeorar la situación y,
por tanto, pone en un riesgo innecesario la vida del secuestrado.
Hay quienes aceptan la ayuda de las instituciones del Estado, pero a su vez buscan soluciones
privadas: consultas a brujos, contratación de investigadores privados, búsqueda de informantes,
etc. Muchos de ellos resultan ser estafadores, que comercializan con el dolor de algunas
familias y se aprovechan de la ansiedad que genera el deseo de tener de regreso su ser querido
de la manera más rápida posible.
La negación y evitación se dan como creencia irracional hacia uno mismo: negación, al no aceptar
el hecho como real o posible, tanto desde antes del suceso como en su ocurrencia y posterior
a él: “a mí no me va a ocurrir”, “no puedo creer que esto esté pasando, es una equivocación”,
“como ya me pasó, no me vuelve a pasar” o “estoy bien, no necesito ayuda de nadie”.
Las dificultades de readaptación que se generan por la vivencia de estos delitos se pueden presentar
de forma transitoria, e ir desapareciendo de manera aparente, que al final, en realidad,
puede ser consecuencia de esa negación que hace la persona como mecanismo de defensa y
maniobra adaptativa ante el horror de lo vivido y la creencia de no ser capaz de soportarlo. Todo
esto, en ocasiones, depende de la utilización de estrategias de afrontamiento inadecuadas, e
insuficiente apoyo profesional, familiar y social, con el que se cuenta previamente, pero que se
agudiza en el inicio y desarrollo del evento.
La evitación se presenta a nivel de sentimientos y conductas en los secuestrados: no lloraban
delante de sus secuestradores, pues pensaban que era muestra de debilidad; no podían expresar
lo que pensaban, ni lo que sentían; evitaban el tema para desviar el interés de sus captores y
poder aprovechar un descuido para huir, lo cual puede ser visto como una defensa ante lo que
amenaza la vida. Durante el cautiverio evitaban hablar, porque hacerlo con sus captores no les
ofrecía beneficios; en cambio, sí castigos y humillaciones, que terminaban convirtiéndose en
estados depresivos. Por lo que eligen hablar consigo mismos; con un ser superior, pero debido a
que con frecuencia se distorsiona o se cuestiona esa relación, porque perciben que no les ayuda
a recobrar su libertad, hay un rompimiento de esos vínculos. Con animales o plantas; algunas veces,
debido a las condiciones de aislamiento total, por ejemplo, cuando son internados en celdas
construidas bajo tierra y no tienen ninguna clase de contacto con el exterior, la necesidad de no
sucumbir en un estado de demencia los lleva a crear un amigo imaginario, que aparentemente
les ayuda a defenderse de la soledad, que en ocasiones se torna insoportable.
Algunas personas se sienten afectadas por lo que los demás piensen y digan de ellos, o porque
no lo hacen; creen que las personas deberían sentirse muy preocupadas, al igual que ellas, por
los problemas que han vivido. Pero Ellis señala que “los problemas de los demás con frecuencia
nada o poco tienen que ver con nosotros y no hay ninguna razón por la que debamos estar preocupados
por ellos”.
Después del secuestro o extorsión, los sujetos investigados afirman que quienes les causaron
daño son personas viles, malvadas e infames, y deben ser seriamente castigadas por su maldad,
y piensan que la única manera en que se les cobre es el de someterlos de la misma manera. Tratan
de buscar una compensación por el daño ocasionado, y pretenden que tanto él (agresor) o
su familia sientan lo que la víctima cree que sufrió; inclusive, algunas veces desean que el castigo
sea la muerte, después de haberle causado el mayor sufrimiento posible. Creer y pensar en
esto de manera repetitiva les trae como consecuencia perturbación emocional, lo cual hace más
complejo el proceso de readaptación social.
Como no existe una solución precisa, correcta y perfecta para los problemas humanos, los sujetos
del estudio creen que son sobrevivientes de una catástrofe y que deben ser objeto de apoyo
y atención especial por parte del Estado, la familia y los vecinos. Pero cuando todos retoman su
vida normal y esperan que las víctimas también lo hagan, se produce en ellas una búsqueda de
seguridad que solo genera ansiedad y expectativas falsas.
Otra de las creencias irracionales respecto a los demás tiene que ver con pensamientos sobre lo
que hubiera podido evitar la acción de los otros. En los sujetos de la presente investigación se
observaron comportamientos que los perturban, pero su enojo no proviene de su conducta sino
de lo que ellos se dicen a sí mismos. Creen que pudieron haberlo evitado, que otras personas
son su responsabilidad y que su propio bienestar depende del concepto que los demás tengan
de ellos. Estas ideas los acompañan durante todo el tiempo que dura el secuestro, y continúan
después de haberse terminado.
En todos los sujetos de la muestra quedan, luego del suceso, conductas propias del estrés postraumático:
temor, ansiedad, alteración del sueño, inseguridad, hipervigilancia. Pero quizá la
conducta generalizada es la inseguridad al salir a la calle, creen que los siguen y que se va a repetir
el suceso traumático. Llanto y temor frecuente acompañan sus noches, con repetición de
escenas referidas al suceso, durante los sueños.
Si hay preocupación por un asunto de riesgo, el nerviosismo impide ver la gravedad de este.
La ansiedad intensa ante la posibilidad de que un peligro ocurra impide afrontarlo con eficacia
cuando realmente sucede. El deterioro físico, como consecuencia de alteraciones del sueño o
el apetito, descuido personal, síntomas de estrés, como la caída del cabello, el llanto y autolesiones,
lleva a la persona a ser más susceptible frente a cualquier conducta que perciba como
agresiva o violenta, dirigida con toda la intención sobre ella misma. Esto ocasiona dificultades
en las relaciones interpersonales.
Otra creencia irracional acerca de la vida o el mundo está relacionada con la historia pasada de la
persona, como un determinante decisivo de la conducta actual. Afirma que algo que le ocurrió
alguna vez y la conmocionó debe seguir afectándola indefinidamente. La conducta de evitación
es la más frecuente en todos los sujetos de la presente investigación.
Todo lo anterior produce una perturbación emocional en los sujetos de la muestra, al creer que
si les sucede un hecho traumático, este podría desencadenar otros eventos, peores que los ya
vividos. Tal situación propicia que algunos de ellos tomen la decisión de aislarse de las relaciones
sociales y las actividades propias en la relación con la vida o el mundo.
Todos creen que la conducta delictiva va a repetirse, y temen salir de la casa o reanudar sus actividades
cotidianas. Algunos atribuyen el suceso a una pérdida anterior en la familia o a no tener
derecho a una buena ganancia económica como fruto de su trabajo.
Recomendaciones
Para la Policía Nacional, la Dirección Antisecuestro y el Fondo Nacional para la Defensa de la Libertad
Personal (Fondelibertad), este estudio evidencia la necesidad de crear en cada Gaula un
grupo de apoyo psicológico, para fortalecer a las familias y víctimas de estos delitos, mediante la
orientación profesional e idónea que les permita comprender este proceso, así como las formas
de manejar la situación y evitar que lleguen a recurrir a conductas irracionales, con desenlaces
fatales.
Para la comunidad académica. Desde su ambito es necesario profundizar y realizar nuevas investigaciones,
asi como la ejecución de proyectos de intervención en aspectos influyentes de
quienes son o han sido víctimas de secuestro o extorsión.
Para el autor, iniciar un proceso terapéutico con estas víctimas y familiares, que les permita modificar
las creencias irracionales.
Trabajar desde la intervención psicológica con los funcionarios del Gaula-Valle, para contribuir
a la salud mental aumentando el bienestar individual, grupal y familiar; igualmente, en el mejoramiento
de las relaciones interpersonales y en una atención más humana y empática hacia las
víctimas y sus familiares, así como a sus compañeros ex secuestrados, quienes en ocasiones se
sienten revictimizados por quienes deben prestarles apoyo.
Para la Dirección Antisecuestro, las universidades, las instituciones educativas y de salud mental,
conformar alianzas encaminadas a la investigación, intervención, tratamiento y colaboración
mutua, enfocadas en el apoyo a las víctimas y sus familiares, así como a funcionarios encargados
de combatir estos delitos.
Continuar con el apoyo psicológico a los sujetos de la muestra, hasta que logren modificar las
creencias irracionales por otras más racionales, que les permitan tener una mejor interrelación
con el medio.
Para los profesionales de la salud mental y los funcionarios del Gaula, reconocer la existencia y
el manejo adecuado de la resistencia a la asesoría psicológica, que permita anticipar reacciones
esperables y brindar herramientas de manejo.
Capacitar a los funcionarios del Gaula en reconocimiento y significado de las creencias y conductas
irracionales que pueden presentar las víctimas de estos delitos, para contribuir a un mejor
entendimiento y empatía, así como evitar su revictimización.
Los profesionales de la salud mental deben dirigir a las víctimas y sus familiares, para lograr
encontrar formas activas de volver a tener el control sobre sus creencias y conductas, que conduzcan
al restablecimiento de los vínculos que pudieron verse afectados.
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