El color del miedo bajo el desorden del paisaje urbano en la Ciudad de México y la zona metropolitana

fecha de recepción: 2011/03/15 fecha de aceptación: 2011/06/26

José Luis Cisneros
Doctor en Sociología.
Profesor investigador, Departamento de Relaciones Sociales,
Integrante del Área de Investigación, Educación, Cultura y Procesos Sociales,
Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, México.
cijl0637@correo.xoc.uam.mx

Emilio Daniel Cunjama-López
Maestro en Criminología y Política Criminal.
Profesor, investigador, asistente, Instituto Nacional de Ciencias Penales, México D. F., México.
emilio.cunjama@inacipe.gob.mx

RESUMEN

Se presentan los resultados de un estudio exploratorio realizado en el 2008, sobre la percepción de la inseguridad en los pobladores de la Ciudad de México y la zona metropolitana, en el cual se utilizó la técnica del uso del color para relacionar la inseguridad con el espacio urbano, con el propósito de mostrar que los miedos no solo orbitan en las inmediaciones de las experiencias cotidianas, sino que, por el contrario, se alimentan de imaginarios sociales y mitos urbanos. Con estas líneas se pretende explorar la percepción de la inseguridad desde otras latitudes, despegándose de los estudios tradicionales de victimización, que si bien han servido para estudiar la criminalidad en México, como alternativa a las estadísticas ofi ciales, son apenas unos cuantos.

PALABRAS CLAVE

Miedo, violencia, sociedad, víctima, medición de la criminalidad (fuente: Tesauro de política criminal latinoamericana - ILANUD).

ABSTRACT

Results are shown of an exploratory study carried out in 2008 about the perception of insecurity among the residents of Mexico City and the metropolitan zone; the use of color as a technique leading to relate insecurity to the urban space was chosen in order to show that fears do not orbit around the vicinities of daily experiences but, on the contrary, they are nurtured by social imaginaries and urban myths. These lines are intended to explore the perception of insecurity from other latitudes, straying away from traditional victimization studies that, although they have served to study criminality in Mexico, are still very few.

KEY WORDS

Fear, violence, society, victim, criminality measuring (source: Tesauro de política criminal latinoamericana - ILANUD).

RESUMO

Apresentam-se os resultados de um estudo exploratório realizado em 2008 sobre a percepção de insegurança nos moradores de Cidade de México e da zona metropolitana, no qual se utilizou a técnica do uso de cores para relacionar a insegurança com o espaço urbano, a fi m de mostrar que os medos não só orbitam nas imediações das experiências cotidianas, mas, ao contrário, alimentam-se dos imaginários sociais e mitos urbanos. Estas linhas têm a intenção de explorar a percepção da insegurança de outras latitudes, separando-se dos estudos tradicionais de vitimização, que apesar de ter sido usados para estudar o crime no México, como uma alternativa para as estatísticas ofi ciais, são apenas alguns exemplos.

PALAVRAS-CHAVE

Medo, violência, sociedade, vítima, a medição do crime (fonte: Tesauro de política criminal latinoamericana - ILANUD).

La imagen siempre accede a la existencia como doble y todo objeto tiene una doble existencia:
la real y la existencia mental; fuera de su presencia todo objeto, acción o vivencia llama
a la palabra, la imagen, el olor y el color, que le confi eren presencia.
Ikram Antaki

Introducción

La violencia suele dejar huellas indelebles que nos acompañan casi siempre, como una sombra terrible cobijada por miedos y evocaciones de dolor, coraje, rabia y frustración. Así, muchos de los lugares que habitamos se encuentran sostenidos no solo por los atributos que damos al espacio vivido, también se sostienen por esas sombras dibujadas en la memoria de la cotidianidad del espacio vivido, sufrido y gozado; nos referimos a espacios específi cos, cuyo origen suele ser un lugar compuesto por un entramado de redes de socialización y de intercambio, que se encuentra marcado por el confl icto. Dichos lugares están dotados de un conjunto de signifi - caciones, en las que la violencia y el temor nos remiten a la descripción de la organización del espacio de la ciudad. Hablamos de un espacio cuya imagen se muestra de manera fragmentada e inmersa en la mirada y experiencia de los acontecimientos cotidianos de nuestra ciudad.

La experiencia urbana que los habitantes de las ciudades tienen con la violencia se expresa de muchas maneras, bien como una experiencia corpórea, bien como una experiencia escénica o bien como una experiencia política. Cualquiera de estos tres tipos de experiencias nos confrontan con nosotros mismos, en la medida que muchos nos sentimos tocados por experiencias inéditas.

Así, la experiencia cotidiana con las múltiples expresiones de violencia, y con la delincuencia en particular, no solo defi ne la visión que se tiene de los lugares, también construye límites entre el adentro y el afuera, entre lo público y lo privado, entre la inclusión y la exclusión. Es entonces un asunto resbaladizo, sobre todo cuando se pretende establecer una conexión con el tema de la delincuencia, en la medida que mucho se ha dicho en las teorías criminológicas fortalecidas por la sociología, en las que algunos teóricos no han dudado en afi rmar que existe una relación de causalidad entre delito y espacio, y manifi estan que algunos lugares específi cos se encuentran íntimamente relacionados con la conducta infractora. Un ejemplo claro lo tenemos en la Escuela de Chicago con Robert Park, quien diseñó la teoría de los círculos concéntricos, en la cual argüía la relación del espacio urbano con el delito, afi rmando que en ciertas zonas, sobre todo las más cercanas a los centros industriales y en las que paradójicamente se anidaba la pobreza, prevalecía el delito (García, 2003; Gil, 2004).

Estos juicios fueron por mucho tiempo el soporte para afi rmar que existía una relación directa entre pobreza y delincuencia, lo cual trajo implícita una perspectiva estigmatizante para diversos grupos sociales; no obstante, después de la Segunda Guerra Mundial sucedió algo inesperado, una ruptura de paradigma cimbró a la criminología, la crisis etiológica, al reconocer que la vinculación entre pobreza y delincuencia no es una relación causal simple (Maguire, 2005).

En consecuencia, el propósito de las presentes líneas es mostrar los hallazgos de una experiencia obtenida como resultado de la aplicación de una metodología asociada con la percepción del color y la inseguridad. Dicha metodología consiste en asociar la percepción del espacio con la evocación de la inseguridad identifi cando con un color; para ello aplicamos un instrumento a 198 personas, en las doce delegaciones territoriales que conforman la Ciudad de México y los municipios conurbados de nuestra ciudad.

Medir la inseguridad

Una de las preocupaciones centrales de muchos de los habitantes de las grandes ciudades del mundo es el problema de inseguridad, el cual se ha constituido en un tema cotidiano, objeto de múltiples refl exiones, tanto de políticos como de académicos, y en este sentido nuestro país no ha sido la excepción; solo basta con mencionar el caso de Ciudad Juárez, la cual se ha catalogado como una de las ciudades más violentas del mundo. Por ello, muchos de los estudiosos del tema no han dudado en admitir que el mejor indicador para medir la efi ciencia o defi ciencia de la lucha contra la criminalidad son, por un lado, las estadísticas delictivas, y por el otro, los estudios de victimización.

En el primer caso (estadísticas delictivas), los indicadores muestran que los delitos que se han registrado, a nivel nacional, pasaron de 1.364.987 en 1998 a 1.662.003 delitos denunciados en el 2010 (SSP-CONAPO, 2011). Sin embargo, estos datos solo muestran una parte de la compleja realidad, puesto que los registros ofi ciales se encuentran sesgados en relación con las cifras reales, y solo nos muestran un cifra aparente, dado que no contemplan los delitos no denunciados; por ejemplo, según datos proporcionados por un informe del Centro de Estudios Sociales y Opinión Pública (CESOP), “sólo el 23% de los delitos en nuestro país son reportados” (Olvera, 2007, p. 13). Por otra parte, el Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad A.C. (ICESI) reportó, mediante la Encuesta Nacional sobre Inseguridad 6, levantada en el 2008 y publicada en el 2009, que el 85% de los delitos no son denunciados; en consecuencia, la cifra negra es mucho mayor de lo que nos muestran las cifras ofi ciales.

Como se puede advertir, estos datos exponen no solo la problemática que hoy vivimos en la ciudad de México; por el contrario, nos plantean un desafío mucho más complejo, marcado por la bipolaridad de la legalidad y la ilegalidad, de la confi anza y la desconfi anza, de la víctima y del victimario. Esta condición nos obliga a reconocer la importancia de los estudios de victimización y de percepción de la inseguridad, dos formas de medir el escenario de inseguridad de las ciudades, orientados a indagar la incidencia delictiva directamente con la sociedad y no mediante las instituciones ofi ciales de seguridad y justicia. Las encuestas de victimización y percepción de inseguridad han desempeñado un papel muy importante, pues ha sido a través de ellas que nos hemos podido acercar a la realidad delictiva en nuestro país.

Los estudios de percepción de la criminalidad y la violencia urbana deben de constituirse como punto de partida para abordar la cuestión desde una visión integradora, que no solo se acerquen al fenómeno delictivo y de violencia desde las cifras ofi ciales, sino que también se sirvan de las encuestas de victimización, de percepción de la inseguridad y otras técnicas que nos orienten al diseño de una política pública real y efi ciente.

Solo con el diseño de una política pública real y focalizada contra el crimen es como podemos contrarrestar el efecto que traen consigo los medios de comunicación, que hacen del dolor un espectáculo y de la violencia y la inseguridad un negocio altamente rentable, al formar opinión y construir una imagen cuya percepción se ha convertido en uno de los grandes retos para mostrar la efi cacia de aquellos programas de seguridad que surten efecto en su contención y disminución de la criminalidad.

Por ejemplo, en el 2005 con el caso Wallace, y en el 2008 con los casos Martí y Vargas, todos ellos relacionados con el delito de secuestro, se desencadenó una ola mediática, en la cual se transmitieron a la población los episodios de estas tragedias; ello impactó signifi cativamente en la percepción de los ciudadanos sobre el temor de ser secuestrados1. Si bien es cierto que el delito de secuestro contiene una gran importancia cualitativa, por el daño ocasionado, no lo es en nuestro país desde el punto de vista cuantitativo, en la medida que representa un menor porcentaje de los delitos totales cometidos2. Lo que no implica restarle importancia a este funesto acto, sino más bien interesa evidenciar el impacto de los medios de comunicación en la percepción de la inseguridad, dado que la inseguridad subjetiva siempre es mayor que la inseguridad real.

De esta forma podemos situar tres visiones que se han impreso en el imaginario social de la inseguridad. La primera se nutre naturalmente de las estadísticas ofi ciales, las cuales parten de los discutidos registros de las dependencias encargadas de la procuración de justicia. La segunda se muestra desde la óptica de un poder técnico que cuestiona y se rebela contra las estadísticas ofi ciales; se trata de un trabajo de fi scalización pública, que se muestra mediante la instrumentación de encuestas de percepción y victimización de la violencia y la criminalidad, que han dado lugar a variadas metodologías, con las que se pretende medir, además de la violencia y la criminalidad, el temor y sus signifi cados. Y la tercera parte de una imagen mediática y hasta cierto punto simplista y sensacionalista, que aborda el problema criminal de manera ambigua.

Es justamente desde la segunda visión que nos posicionamos, ya que en este escrito interesa concentrarnos en una refl exión más de orden teórico metodológico, relacionado con la percepción del miedo y su conexión con los espacios vividos, valorados y experimentados en forma colectiva. Así, nuestro punto de partida fue indagar otras formas de medir el miedo, más allá de las encuestas de percepción, que se encuentran en boga en nuestro país3; lo que nos interesó, de manera particular, es observar la trama de la actividad criminalidad con el espacio vivido, practicado y valorado como un fragmento surrealista de trayectoria y lugares infi nitos, que hacen eco en hombres y mujeres, al relatar la historia de sentimientos, temores de pertenencia al barrio, la calle o la casa, todos ellos elementos que nos muestran el estado social del temor generado por la inseguridad.

1 Según datos del ICESI, el 86% de las personas se enteran de los problemas de inseguridad en su entidad mediante los noticieros de televisión (ICESI, 2009, p. 76).

2 Si bien es cierto que en nuestro país ha ido en incremento el delito de secuestro, tan solo en el 2007 se registraron 438 casos, para el 2010 ascendieron a 1.220; según cifras del ICESI, el delito de secuestro solo representó el 5% respecto del total de delitos en el año 2008 (ICESI, 2009, p. 23).

3 Por ejemplo, el Instituto Ciudadano de Estudios sobre Inseguridad A.C. (ICESI) se ha concentrado en elaborar las Encuestas Nacionales sobre Inseguridad, encuestas de victimización en las que se incluye un apartado sobre percepción de la inseguridad.

Metodología. El color como expresión imaginaria de la inseguridad

Buscar formas de explicar la percepción de las inseguridades expresadas en el miedo a lugares y espacios públicos es una tarea que intenta abrir otros abordajes metodológicos, para dar cuenta de la percepción de la inseguridad en los espacios urbanos. En este sentido, como lo hemos mencionado, aplicamos un marco conceptual-metodológico para abordar la percepción de la inseguridad y el miedo en la Ciudad de México y el área metropolitana, que denominamos coloreando el temor. Con esta metodología orientamos el discurso de la percepción de la inseguridad sobre la construcción imaginaria del miedo y los colores; para ello empleamos una herramienta metodológica que nos permitió relacionar el miedo, las emociones y los sentimientos con los lugares y espacios vividos en la expresión del uso de los colores asignados al espacio; por ello, a la relación la denominamos espacio- color-percepción, imaginarios colorespaciales.

La idea de utilizar esta metodología en parte surge de la usada por Armando Silva en su obra Metodología de los imaginaros urbanos (2006), en la cual desarrolla una técnica de investigación para absorber la subjetividad del ciudadano, con el objeto de comprender y evidenciar memorias colectivas. En lo que respecta a nuestra propuesta, fue aplicar esta lógica sobre la inseguridad y el miedo, mediante escalas de colores para “identifi car espacios y lugares narrados y segmentados por sus habitantes” (Silva, 2006, p. 14).

Tras las formas de percibir los espacios vividos, usados, practicados y valorados, aparece una escala de colores que nos mostró los intersticios de un miedo articulado a una subjetividad que condiciona el vivir, el compartir y practicar la cotidianidad del sujeto; es una expresión de miedo cultural que dibuja el paisaje de una ciudad creada por la percepción del citadino, una ciudad subjetiva, que se construye mediante mecanismos psicológicos e interactivos entre colectividades ciudadanas. Hablamos entonces de una ciudad construida, imaginada y recreada desde sus habitantes, con sentimientos de miedo, amor, odio y alegría. “Una ciudad inscrita en las pasiones y emociones que se hacen realidad en la vida cotidiana” (Silva, 2006, p. 14).

Apoyados en esta metodología, subrayamos la importancia que adquiere identifi car los vínculos entre percepción colectiva, uso de la ciudad e inseguridad de las personas. Para ello mostramos la percepción ciudadana de su espacio cotidiano en una gama de colores, por decirlo de alguna manera, asociados a valores sentimentales de atracción o negación de ciertos lugares. Relación que no es otra cosa que la expresión de un conjunto de asociaciones emotivas y afectivas que unen a la personas con un determinado espacio, como es la ciudad, su delegación, municipio o barrio, los cuales identifi can con sensaciones y sentimientos de confort, seguridad o temor. Este último es pieza fundamental de nuestro estudio, ya que implica relaciones emotivas negativas, provocadas por el ambiente del lugar o el paisaje que se percibe desagradable por múltiples motivos, como pueden ser: la carencia de arraigo o sentido de pertenencia, un paisaje urbano deteriorado, prácticas culturales diferentes y conductas violentas habituales en el espacio, elementos todos que forman parte de la percepción de inseguridad de las personas (Tuan, 2007, p. 157). Bajo este tenor, creemos posible la identifi cación de los temores, traducidos en inseguridades, en la relación de espacios urbanos y la asociación imaginaria de un color asignado por la persona.

El concepto de ‘coloreando el temor’ nos permitió estudiar la relación del miedo con la inseguridad y el espacio, e incluso nos ayudó a examinar las experiencias cotidianas de relaciones con el otro, es decir, del diferente, de suerte tal que hemos podido tejer un marco conceptual y metodológico para examinar la percepción, y junto con esta, compartir un conjunto de refl exiones que están ligadas a las experiencias que han quedado incrustadas en un imaginario signado por el miedo y la exclusión.

El principio del corte imaginario que proponemos en este estudio nos conduce a eventos textualizados que corresponden a un nivel superior de percepción social ligado al pensamiento visual a través de los colores (Silva, 2006, p. 20). Este imaginario se impone, de principio, como un conjunto de imágenes y signos de objetos de pensamiento relacionados con el espacio, cuyos límites se redefi nen sin cesar por el transcurso del tiempo (un lugar deja de ser en tanto transcurre el tiempo y con él se construye, en el mismo espacio, uno nuevo). Un imaginario asociado a la pre-ganancia simbólica del lenguaje y la percepción visual signada por el sentimiento desencadenado que evoca un color del espacio vivido, nos muestra cómo en ciertos momentos dicha asociación hace referencia a un espacio violento; el ejemplo claro es la evocación del color rojo a un espacio identifi cado como violento. De esta manera, lo imaginario se constituye como inscripción psíquica e inconsciente, pero también como construcción social de la realidad.

Como se puede observar, las formas metodológicas de esta investigación tratan de encontrar la relación entre miedo, espacio y percepción, por lo cual el corte exploratorio es evidente; por ello, se tomó una muestra aleatoria para aplicar el instrumento, denominado encuesta de percepción.

La muestra consistió en levantar 250 instrumentos de recolección de datos, de los cuales solo se pudieron procesar 198, debido a que 52 no fueron contestados correctamente. Los requisitos para elegir a los informantes fueron: 1) que vivieran en la Ciudad de México o en el Área Metropolitana, y 2) que fueran mayores de edad. No importaron el sexo, colonia o municipio, lugar de trabajo, estado civil, nivel socioeconómico, etc. Lo que interesaba en este estudio era aplicar la metodología propuesta, y no el marcar un referente universal sobre sus resultados; es decir, no interesó la representatividad de la muestra; por eso, casi de manera azarosa, el mayor número de encuestados fueron de sexo femenino, más que masculino4. La gran utilidad de esta aplicación radica en el refi namiento de la metodología, para aplicarla en una nueva investigación, en la cual, entonces sí, una vez refi nados estos estudios metodológicos, aspirar a una parte explicativa de mayor profundidad.

4 Es curioso observar que la mayoría de los instrumentos aplicados fueron contestados por mujeres, y la respuesta está en que los hombres a los que se les invitó a contestar el instrumento se negaron, y fueron mayoritariamente las mujeres las que optaron por cooperar en dar respuesta a nuestro instrumento, mismo hecho que será considerado para la ampliación del estudio.

Es necesario subrayar que la presente investigación solo es el inicio de una más vasta, que deberá ahondar en el propósito de indagar sobre la percepción que tienen los citadinos de su espacio en relación con la inseguridad y el miedo, mediante la identificación de colores atribuidos al espacio. Por último, podemos advertir que se trata de un experimento metodológico, para mostrar nuevas formas de dar cuenta de la percepción de la inseguridad desde una postura cualitativa.

La percepción de inseguridad

En la actualidad la inseguridad en nuestro país ha trastocado el tejido social y se ha constituido en una parte inherente de la vida cotidiana, lo que hace que todos los citadinos nos sintamos frágiles y vulnerables ante las acciones violentas; por tal razón, el problema de la violencia y la criminalidad adquiere un estatus de primer orden dentro de la agenda gubernamental y de arduos debates sociopolíticos y culturales.

El fenómeno de inseguridad que vivimos los mexicanos se expresa en una violencia social desmedida, que se materializa principalmente en robo a transeúntes, robo a casa de habitación y robos de vehículos, entre otros delitos, al grado que se han convertido en una de las principales fuentes creadoras del miedo, cuyo carácter social se ha transformando por el crecimiento y transformación que han sufrido delitos tales como las extorsiones telefónicas, los secuestros virtuales y la muertes violentas, por mencionar algunos. Junto a estas transformaciones y los cuantiosos recursos que desde la segunda mitad del sexenio de Ernesto Zedillo, la gestión de Vicente Fox y la de Felipe Calderón, el Gobierno Federal ha gastado 94.300 millones de dólares, lo que signifi caría 3,5 veces el Fondo Nacional de Infraestructura, el cual cuenta con 270.000 millones de pesos para ser invertidos hasta el 2012. A este gasto tendríamos que agregar que el número de internos en los centros de reclusión de nuestro país pasó de 114.300 a 218.900 entre 1998 y el 2008. Solo en el 2008 el gasto en seguridad pública ascendió a 128.900 millones de pesos, lo que signifi ca el 1,2% del producto interno bruto (Villalobos, 2008).

Así, independientemente del costo que trae consigo la lucha contra la criminalidad en México, con el cual podríamos estar o no de acuerdo, el despliegue mediático de los datos destinados a la lucha contra esta violencia social crea la imagen de un país determinado por la violencia, cuya presencia confi gura de forma extrema las relaciones sociales de sus pobladores, en un marco de sospecha y desconfi anza, dado que cualquiera puede jugar las veces de víctima o victimario, en un escenario marcado por espacios de terror y miedo.

Estos espacios o lugares son escenarios interpretados como campos de confl icto social, donde prevalecen economías paralelas, marcadas por la ilegalidad, la marginación, el desempleo, el empleo precario, la deserción escolar y el desorden del paisaje urbano. Escenarios tejidos simbólicamente por acciones violentas, que se alimentan de los constantes y crecientes índices delictivos ligados a una estrategia de enunciación discursiva, producción noticiosa, que construye un discurso de la inseguridad sostenido por la sensación de amenaza y vulnerabilidad, son pues construcciones imaginarias, que se inscriben en la interpretación de una imagen de criminalidad y violencia, difundida mediante las narraciones de un sentimiento de inseguridad.

Las desagradables experiencias de los habitantes de la Ciudad de México y la zona metropolitana suelen ser narradas, magnifi cadas y asociadas a determinadas categorías, marcadas por espacios (colonias, barrios, lugares) o sujetos (agresores), con lo cual se focaliza de manera individual el temor, y se produce una visión de la inseguridad de manera heterodirigida en el otro, en ellos, los enemigos, los diferentes, los incultos. Esta visión, sostenida en la narración y repetición de imágenes, tanto en la prensa escrita como en los noticieros televisivos5, ha creado un efecto depredador en la dinámica de la vida cotidiana de la ciudad. Dichos efectos, producto de la consecuencia delictiva expresada en robos, asaltos, secuestros, violaciones y homicidios, han creado una fuerte sensación de inseguridad ciudadana, que ha obligado a reconfi gurar la imagen y el uso de los espacios públicos.

El aumento de la espiral de violencia y los niveles delictivos de los últimos años, en los cuales se encuentran involucrados no solo sujetos dedicados a este tipo de conductas ilícitas, sino también servidores públicos inmiscuidos en actividades ilegales, como el tráfi co de drogas, robo a comercios, desmantelamiento de vehículos, redes de prostitución y tráfi co de armas, se encuentran ligados al decrecimiento exponencial de las condiciones de bienestar social, que en los últimos años han logrado la conformación y expansión de formas ilegales de supervivencia, producto de una inseguridad social y económica que acompaña a la violencia y que forma parte del nuevo orden social.

Si bien es cierto que el fenómeno de la delincuencia ha formado parte de la dinámica de la estructura de toda sociedad, la conducta delictiva adquiere formas de expresiones diferenciadas, sin que estas rebasen los límites de contención que puedan alterar la vida de toda sociedad; sin embargo, cuando esto ocurre y las instituciones encargadas de otorgar seguridad a los ciudadanos muestran sus difi cultades para establecer un nivel de contención, aparece un ambiente de pérdida en la credibilidad y confi anza, que difi culta la tarea de estas instituciones, y junto a ello se construye también un imaginario social formado por espacios de tensión, que suelen ser expresados por los ciudadanos como lugares o espacios del terror y el miedo, producto de la inseguridad que se vive en la Ciudad de México6.

El miedo en la ciudad se narra y expresa como una dimensión social desprendida del uso y práctica del espacio vivido; se trata, digámoslo así, de un conjunto de operaciones productoras de miedo, cuya imagen se formula en un temor al otro. Pero cuando hablamos de espacios, lugares y sujetos, nos referimos a un conjunto de miedos acoplados a un imaginario social, desplegado en estereotipos y comportamientos sociales, adheridos a la memoria colectiva.

Así, los imaginarios del miedo se adhieren a la circulación de narraciones delimitadas por lugares, territorios, acciones, acontecimientos y sujetos denotados como enemigos públicos. De ahí que la lectura de determinadas experiencias narradas se encuentre mediada por la experiencia de la exclusión, la pobreza, la marginación y la violencia explícita o encubierta. Se trata de un conjunto de miedos, expresados de modo metonímico en la inseguridad, en la libertad, en la esperanza. Todos estos miedos urbanos en buena medida provienen de la incertidumbre laborar, asistencial, afectiva y de seguridad que vivimos los habitantes de la ciudad.

El miedo tiene diferentes perspectivas, desde donde se puede ubicar: en la política, la economía, lo social y lo cultural; a partir de esta última es donde nos interesa abordarlo, particularmente con una refl exión de la dimensión social de los espacios del terror, de los productores de miedo; por eso, lo que nos interesa aquí es partir de una mirada del miedo, pero no desde su base biológica, sino de su componente cultural. Sobre todo porque el miedo, por decirlo así, a diferencia de los impulsos, posee características particulares, como es lo expresivo, lo contagioso y lo aprendido7 (Niño, 2002, p. 192).

Los espacios de exclusión y el miedo

Un aspecto importante del fenómeno social de la delincuencia, en gran parte de la Ciudad de México, es el uso recurrido de los espacios por agrupaciones juveniles, que viven bajo una situación marginal con respecto a las posibilidades formales que la sociedad ofrece para obtener canales adecuados de subsistencia. Son jóvenes desprovistos de la contención que ofrecen las instituciones, que han encontrado en el barrio y el grupo la inclusión que la sociedad no les ha otorgado. Jóvenes que dentro de su dinámica han incluido la ilegalidad como parte de su quehacer cotidiano y que, desprovistos de las posibilidades de ingresar a un sistema educativo y/o laboral, han encontrado en la criminalidad una fuente de empleo.

Estos sectores de la sociedad son el resultado de tres fenómenos específi cos, a saber: al que obedece de manera particular al incremento de la participación de jóvenes en actos ilícitos cada vez más violentos, como resultado de su incorporación a las fi las del crimen organizado, o bien como la consecuencia de una aventura aislada, por la falta de oportunidades educativas o laborales. El segundo se encuentra anclado a la importancia que adquiere el desarrollo urbano y su vinculación entre la ciudad y la delincuencia, en especial a partir de las innumerables manifestaciones de defensa de ciertos espacios urbanos, en los que se articula tanto el diseño arquitectónico de determinados lugares como las altas tasas de incidencia delictiva de áreas caracterizadas por su marginación, las cuales han favorecido la inclinación argumentativa que sostiene que el diseño urbano infl uye promoviendo o alentando la criminalidad (políticas de mano dura al estilo tolerancia cero). El tercero, como resultado de un conjunto de temores que moldea una percepción estereotipada de sujetos y espacios difundidos por los medios de comunicación, los cuales divulgan de manera espectacular los ilícitos cometidos por sujetos que habitan determinadas colonias o barrios.

7 Lo expresivo del miedo se muestra en la modifi cación de comportamientos, y en la comunicación del sujeto, mientras que lo contagioso se presenta en la infl uencia para transmitir los miedos al otro, alimentando así un imaginario que se expresa en otros sujetos, aun cuando estos no hayan tenido la experiencia directa. Por su parte, lo aprendido del miedo es siempre una manifestación cultural, cuya experiencia social vivida se diferencia según la posición del sujeto dentro del grupo social (Niño, 2002, p. 193).

En conjunto, estos tres aspectos crean un ambiente social de estigmatización, segregación y miedo al uso del espacio público en la Ciudad de México, lo que favorece la creación de espacios del terror, en los que se imaginan grandes violencias y tremendos actos delictivos perpetrados por malhechores desalmados.

En este sentido, el miedo, en tanto comportamiento propio de las ciudades, es el resultado de un conjunto de imágenes que construyen un capital pensado, valorado y compartido; es, digámoslo así, el resultado de un imaginario social. De esta manera, los miedos culturales invaden al individuo y debilitan las colectividades, de modo que se construye un miedo al otro. Un miedo que se muestra por la pérdida de control del espacio, por la gente desconocida, por la diferencia de costumbres, comportamientos, códigos y prácticas diferentes8. Se trata de espacios productores de un miedo que se acompaña por la disminución de la seguridad y el aumento de la violencia, la cual se identifica como una situación de peligro, configurado este como la causa próxima que produce temor. Los miedos no solo conducen a un estado de orfandad, sino también de exclusión, ruptura y pérdida de la confianza; son, pues, aceleradores de la descomposición y deterioro del tejido social, tal y como lo muestra nuestra experiencia empírica.

La experiencia empírica. Resultados

Los resultados obtenidos de esta experiencia se encuentran conformados por la aplicación de un instrumento a una población compuesta por 178 mujeres, que representan el 90%, y 20 hombres, que constituyen el 10% restante. Esta diferencia radica en la disposición y negativa de nuestra población a dar respuesta al instrumento, el cual se aplicó en algunas estaciones del metro9. La distribución de edad se concentró entre los 18 y 23 años, como puede apreciarse en la tabla 1.

Tabla 1. Distribución por edad de los encuestados

Fuente: Elaboración propia con base en datos levantados, 2008.

8 Como resultado de estos miedos culturales bien podemos situar el racismo, la xenofobia, la misoginia y la homofobia, entre otros miedos culturales.
9 El metro de la ciudad está compuesto por once líneas. Los instrumentos se aplicaron en las estaciones Pantitlán, Observatorio, Universidad, Indios Verdes, Taxqueña y Toreo. Vid. http://www.metro.df.gob.mx/red/index.html.

La distribución de los informantes tuvo una gran carga hacia los que habitan en el Estado de México; estos puntos hacen referencia a que los resultados se concentrarán más en esta zona que en la del Distrito Federal (tabla 2).

La ocupación de un lugar determinado genera en el sujeto una serie de representaciones simbólicas, creadas y recreadas por las experiencias vividas en dicho espacio; por ello, la concentración mayoritaria de los encuestados hacia un lugar con características sociales, políticas, económicas y geoespaciales impacta dentro del imaginario color-espacio, pues el color es una idea que se genera en nuestras mentes como resultado de la percepción de luz y de los fenómenos que la generan, la difunden y la refl ejan; de ahí que fuera de nuestra mente los colores no existan10. Sin embargo, el color produce efectos emotivos en los sujetos, ejerciendo un poder subjetivo, que se relaciona con los sentimientos e ideas conocidas y compartidas, según el contexto cultural e histórico.

Tabla 2. Distribución de encuestados por entidad

Fuente: Elaboración propia con base en datos levantados, 2008.

Los colores pueden motivar una acción de armonía o de contraste mediante sus tonalidades; por ejemplo, los denominados colores calientes, que resultan de la mezcla entre amarillo y rojo, o los fríos, que son el resultado de la mezcla entre verde y azul. Los colores calientes y fríos son los únicos que pueden ser asociados a signifi cados más o menos estables. Para el presente estudio se propusieron los siguientes colores, para ser asignados por los encuestadores en relación con su percepción con el espacio.

El azul puede expresar confi anza, reserva, armonía, afecto o felicidad.

El gris expresa desconsuelo, aburrimiento, el pasado, la vejez, la indeterminación, el desánimo o la ausencia de vida.

El naranja, después del amarillo, ha sido escogido como una señal de alerta, y en condiciones particulares se asocia con la fi esta, el placer, el calor y el apetito.

El negro es un color vacío, la nada; simboliza lo escondido y lo velado; se asocia con lo desconocido, la muerte, el asesinato, el duelo y la ansiedad. En un opuesto podría ser nobleza, elegancia, seriedad y sobriedad.

El rojo es el color más excitante y se asocia con la emoción, la acción, la violencia, el peligro y la pasión.

10 Dado el interés por el uso y signifi cado que adquieren los colores para nuestro estudio, no nos detendremos en explicar la composición espectro-electromagnética que forma el color, solo basta con mencionar que el sistema de color pigmento está compuesto por sustancias químicas que pueden absorber una o más de las radiaciones compuestas de la luz, y la combinación de estos pigmentos genera diferentes colores (léase El arte del color, Johannes Itten, Limusa, México).

El verde es un color que adopta signifi cados relacionados con la vida, la naturaleza, la fertilidad, la salud, la esperanza. En su opuesto puede expresar inmadurez y equilibrio.

El violeta es suave y profundo; indica calma, autocontrol y dignidad. En su opuesto expresa luto, violencia, agresión, engaño y hurto.

Bajo esta descripción del signifi cado que tienen los colores, el resultado que surgió del trabajo de campo fue que el 85% asoció su entidad (espacio donde habita) con colores que representan acción, violencia, agresión y peligro. Con ello podemos dar cuenta de que gran parte de la población-estudio mantiene un imaginario relacionado con la violencia en su espacio de convivencia cotidiana (tabla 3).

Tabla 3. Distribución de prevalencias y porcentajes de los colores utilizados para identifi car las entidades de los encuestados

Fuente: Elaboración propia con base en datos levantados, 2008

En consecuencia, los colores naranja, rojo y violeta fueron los que más frecuencia obtuvieron mediante el trabajo de campo, tanto para el Estado de México como para el Distrito Federal; no obstante, el Estado de México obtuvo una mayor gama de representaciones imaginarias colorespaciales que el Distrito Federal; este resultado pudo estar infl uido en que el 63,1% de la población encuestada proviene de esa entidad; sin embargo, este hecho arrojó un dato curioso, que en posteriores investigaciones deberá de ratifi carse (tabla 4).

Tabla 4. Tabla comparativa por frecuencias de los colores utilizados para identifi car la entidad habitada de los encuestados

Fuente: Elaboración propia con base en datos levantados, 2008.

Curiosamente, el imaginario colorespacial de las mujeres fue mucho más diverso que el de los hombres, no obstante que la población no fue ponderada en este sentido, por ser una investigación exploratoria, y solo el 20% de los encuestados fueron hombres; es clara la elección imaginaria del color y el espacio en términos de diversifi cación; es decir, que la población femenina eligió toda la gama de colores propuesta en sus respuestas, no así la masculina. Por otra parte, el 75% de las mujeres eligieron colores cálidos relacionados con la violencia y la inseguridad; asimismo, el 100% de los hombres escogieron la misma gama de colores (tabla 5).

Tabla 5. Distribución de frecuencias, por sexo y color, de la entidad habitada de los encuestados

Fuente: Elaboración propia con base en datos levantados, 2008.

Cuando el color se asocia con la evocación de un lugar, lo primero que podemos advertir es que el lugar no existe como entidad sino como una representación resultado de las diferentes experiencias de los sujetos; de ahí que los colores estén llenos de signifi cados y, en consecuencia, muestren una dimensión de existencia mediante un vínculo emocional relacionado siempre con un espacio concreto y con un conjunto de atributos bien defi nidos; hablamos de lugares construidos en forma social, simbolizados, habitados y evidenciados en la cotidianidad.

Paradójicamente, en la tabla 6 podemos observar que si bien los colores más asociados, tanto en el Distrito Federal como en el Estado de México, se encuentran relacionados con la agresión, la violencia y, por ende, con la inseguridad, las frecuencias más altas de respuestas a la pregunta “¿Qué les agrada más del lugar en donde viven?” se encuentran vinculadas a la seguridad del espacio.

Este resultado encuentra una posible respuesta dentro del manejo de la inseguridad objetiva y subjetiva; es decir, que la percepción de los encuestados sobre la inseguridad es mucho mayor de la que realmente es, pues si bien una gran mayoría contestó que lo que más les gusta del lugar en donde viven es la seguridad y tranquilidad que tienen, al mismo tiempo el imaginario colorespacial se encuentra asociado a colores relacionados con la inseguridad. A los lugares se les ha otorgado un sentido, expresado en ideas y cuestionamientos sobre lo que se piensa de él; es, pues, una percepción del lugar que se habita, que hace las veces de una especie de evaluación subjetiva, que es resultado de la experiencia con el entorno, algo así como lo que entendía Yi-Fu Tuan por topofi lia11.

Pero el habitar placentero también puede ser fuente de signifi cados relacionados con el confl icto y el miedo, de suerte tal que la relación entre el lugar, el habitar y el miedo cobran fuerza cuando estos lugares expresan el refl ejo de una imagen formada del ambiente social y físico que se atestigua en la cotidianidad; se trata de un ambiente que impide el encuentro, que rompe la afi nidad del sujeto con su espacio, expulsa y margina. Observemos, entonces, cómo el miedo puede convertirse en un elemento que limita y desvanece el tejido social, encierra al sujeto y clausura el espacio público.

11 El concepto de topofi lia fue inventado por Yi-Fu Tuan, y se defi ne como el vínculo afectivo que establecen los sujetos con respecto a lugares o entornos.

Tabla 6. Distribución de frecuencias y porcentajes de lo que más les agrada del lugar donde viven los encuestados

Fuente: Elaboración propia con base en datos levantados, 2008.

Los lugares que expresan miedo son espacios que han desarrollado un conjunto de relaciones signifi cativas, que se muestran mediante imágenes y narraciones que tienen como precedente un espacio vivido y sobre el cual se difunde un imaginario de riesgo y peligro, que lo convierte en un sitio límite.

El lugar, en tanto categoría analítica, nos permite analizar la forma en la que el espacio es comprendido como algo abstracto y genérico, que se convierte a la vez en algo concreto, en un lugar, todo gracias a la experiencia y la acción de los individuos que lo viven cotidianamente, a partir de los sentimientos subjetivos de cada sujeto.

Observemos, entonces, cómo la idea de lo privado, lo que presupone un límite, al igual que en tiempos remotos hacía la muralla, hoy se vuelve un catalizador de la seguridad, que diluye el miedo. Así, la idea de lo privado, lo propio y lo exclusivo, se encuentra asociada a la seguridad, alimentada por la fi ebre de la cultura del miedo, que hace de nuestra casa un rincón aparentemente seguro12.

Otro aspecto importante en la percepción de la inseguridad radica en el deterioro del paisaje urbano y el abandono de los espacios públicos, que obliga a los ciudadanos a guardarse en sus casas (tabla 7). Este repliegue de los habitantes de la ciudad y la zona metropolitana hacia lo privado hace que el límite del contacto con otros sujetos y el entorno pierda el control sobre el espacio. “Nos encontramos en un mundo de extraños, donde nadie conoce a nadie” (San Juan, 2005, p. 3).

12 Una idea que refuerza lo privado es la posibilidad de contar con sistemas de vigilancia continua, apoyada por cámaras de vigilancia, que no solo obedece a un mero efecto de seguridad; por el contrario, se contiene en un dispositivo de vigilancia preventiva, que ha estado utilizando el gobierno local en más de 300 cámaras instaladas, como lo anunció Marcelo Ebrard, jefe de gobierno del Distrito Federal, en diferentes partes de la ciudad de México, con el propósito de disminuir la delincuencia. Sin embargo, a pesar de los cientos de cámaras, la delincuencia no ha disminuido.

Tabla 7. Distribución de frecuencia y porcentaje de lo que más les desagrada del lugar donde viven los encuestados

Fuente: Elaboración propia con base en datos levantados, 2008.

A manera de conclusión

Dentro del estudio realizado (198 encuestas), la mayoría de la población se concentra en el rango de edad de 18 a 23 años. La mayor parte de los encuestados relacionó su entidad con el color violeta, que representa un 31,8%, y el color naranja, con 29,3%, que juntos representan el 61,1% de la población. Esto indica que la mayoría de los encuestados tienen una percepción de alerta y agresión, pues, paradójicamente, el color violeta, en su opuesto, representa luto, violencia, agresión, engaño y hurto.

Si bien es cierto que la muestra no se encuentra equilibrada por sexo, es decir, que se encuestaron más hombres que mujeres, se puede advertir como inferencia que gran parte de los hombres, así como de las mujeres, identifi caron su entidad con el color naranja, lo que signifi ca que la relación entre el imaginario colorespacial es de alerta.

Por ello, podemos inferir que la identifi cación de un lugar como potencialmente peligroso tiene que ver con dos aspectos importantes: el primero se remite a la experiencia vivida en el lugar, el otro tiene que ver con asuntos que van más allá de la experiencia de victimización en un espacio concreto.

La relación que guarda el espacio vivido por los actores sociales y las representaciones simbólicas a través del color puede ser una alternativa para evidenciar la percepción de inseguridad de los habitantes de una ciudad, pues, como podemos observar en los resultados de esta investigación exploratoria, existe una relación entre los habitantes de la Ciudad de México y el área metropolitana con los colores asociados a la violencia y la agresión. Si bien es cierto que la asociación de estos colores con ciertas emociones y sentimientos puede ser arbitraria, no podemos dejar de lado la importancia de la subjetividad relacionada con la percepción visual. Por otra parte, conocemos el riesgo que puede signifi car realizar aseveraciones imperativas sobre los imaginarios colorespaciales observados; no obstante, la forma en la que se intenta descifrar no deja de ser atractiva.

Una de las inquietudes generadas por los resultados de esta investigación es la de corroborar si los espacios de alto índice delictivo, identifi cados por medio de encuestas de victimización, son relacionados por sus habitantes con los colores que traen una carga emocional agresiva. Por otra parte, invertir el supuesto; es decir, identifi car zonas en las que el índice delictivo es menor, y observar si el imaginario colorespacial de sus habitantes es diferente de las zonas criminógenas.

Sin duda, los resultados aquí planteados solo conforman el inicio de una investigación más amplia, en la cual se puedan resolver algunos inconvenientes metodológicos, como la ponderación de los instrumentos por sexo, colonia, nivel socioeconómico, educación, etc. No obstante, los resultados generados han planteado un escenario inicial respecto a la relación de los imaginarios colorespaciales, relacionados con los delitos y las violencias.

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