SEGURIDAD URBANA UNA MIRADA DIVERGENTE A TRAVÉS DE UNA MODALIDAD INSIDIOSA DE HURTO EN BOGOTÁ*
Sandra Acero1
Bernardo Pérez Salazar2
Sofía Ramírez3
Resumen
Este artículo trata aspectos relacionados con la seguridad urbana moderna. Revisa algunas dinámicas delincuenciales peculiares registradas recientemente en grandes ciudades, y discute su interpretación a la luz de del paradigma de “la modernización”, que pronostica una baja sostenida de la violencia y el delito durante las etapas más avanzadas de urbanización moderna. A esta predicción contrapone los resultados de investigación empírica reciente, según los cuales las explosiones de confl ictividad violenta y delincuencial en grandes ciudades posiblemente estarían relacionadas más estrechamente con factores que originan episodios insólitos de crisis y desorganización social. Finalmente considera un escenario divergente para el caso de Bogotá: en contravía con lo usualmente previsto, aquí se podría registrar un incremento inusitado de la confl ictividad violenta y delictiva como consecuencia de los efectos perturbadores de una modalidad de hurto particularmente insidiosa y compleja.
Abstract
This essay deals with modern urban security issues. It reviews peculiar violent and criminal incidents that have occurred in large cities and discuses their interpretation in the light of the “modernization” paradigm, which predicts a sustained decrease in crime and violence during advanced stages of modern urbanization. Findings of recent empirical research contradict this prediction and support arguments that view violent and criminal waves in large cities possibly more closely related to explosive episodes of crisis and social disorganization. Finally a divergent scenario for Bogotá is considered: contrary to what is usually expected, an unforeseen increase in violent and criminal confl ict might take place here as consequence of the disruptive effects of a particularly insidious and complex form of assault.
* Agradecemos los comentarios y aportes estadísticos del profesor Oscar
ALFONSO ROA al presente artículo. Los errores que subsisten en el texto
son exclusiva responsabilidad de quienes lo suscriben. Las ideas y puntos
de vista aquí expresados son personales y en ninguna manera comprometen
a institución alguna.
1 Analista del Centro de Investigaciones Criminológicas de la Dirección de
Investigación Criminal – DIJIN, Policía Nacional. sandra.acero@etb.net.co
2 Analista del Sistema Unificado de Violencia y Delincuencia –SUIVD–, Secretaría
de Gobierno de Bogota. bperezsalazar@yahoo.com
3 Analista del Sistema Unificado de Violencia y Delincuencia –SUIVD–, Secretaría
de Gobierno de Bogota.
El ámbito de la seguridad urbana hoy
La vida urbana es una experiencia compleja. Mientras para algunos significa el acceso a oportunidades ilimitadas, para otros representa la más absoluta degradación. El contraste se hace insoslayable en las ciudades más grandes, sobre todo ahora cuando el mundo vive el proceso de urbanización con un ritmo y dimensiones sin precedentes. En 1950 dos terceras par tes de la población mundial –que para entonces bordeaba los 2.000 millones de habitantes– vivían en ámbitos rurales. Para 2030 se estima que dos de cada tres personas en el planeta –cuya población será entonces entre 8 y 9 mil millones de personas– habitarán en centros urbanos.
Aún para quienes lo experimentamos en el curso de nuestra propia vida, resulta difícil comprender las dimensiones y velocidad del proceso de urbanización en marcha. Hoy hay 20 megaciudades –en su mayoría áreas metropolitanas– con más de 10 millones de habitantes: tres de ellas en América del Sur (São Paulo, Buenos Aires y Río de Janeiro), otras tres en América del Nor te (Nueva York, México y Los Angeles), dos en África (Lagos y El Cairo) y las once restantes en el continente asiático. De consolidarse en el mundo la tendencia verificada hasta ahora en las Américas y Europa, donde entre 75 y 85% de la población ya es urbana, es previsible el incremento continuado en el número de megaciudades en el mundo: los estimativos más ponderados prevén que durante el primer decenio del siglo XXI se instalarán cerca de 100 millones de nuevos migrantes en áreas urbanas de África y alrededor de 340 millones en Asía. Es decir, el ritmo de urbanización presente en estos dos continentes es tal, que la mitad de población actual de Bogotá equivale al flujo de nuevos inmigrantes que mensualmente están absorbiendo las principales ciudades hoy en Asia y África.
La celeridad del proceso de urbanización naturalmente trae consigo demandas enormes sobre tierra, vivienda y fuentes de ingreso urbanos, al igual que sobre redes de ser vicios públicos básicos, entre ellos, domiciliarios, educación, salud, seguridad y transpor te.
Aún en países como Colombia, donde hoy el ritmo migratorio hacia las ciudades ha disminuido en relación con el pasado reciente, el crecimiento vegetativo de la población urbana ejerce fuer tes presiones para acceder a las opor tunidades y dotaciones de bienes y ser vicios básicos. En un contexto general así, resulta fácil imaginar el potencial para la conflictividad y desorden social que enfrenta de manera permanente la gestión de la seguridad urbana hoy.
Cier tamente éste es un ámbito de complejidad pasmosa que encierra retos extraordinarios. En muchos contextos urbanos el compor tamiento de la violencia y el delito presenta fases explosivas inusitadas. Bagdad, con cerca de 5 millones de habitantes, es en la actualidad probablemente la ciudad con indicadores de violencia y delincuencia más altos del mundo, por cuenta de la guerra insurgente que allí se escenifica a par tir de la invasión de Irak en 2003. Situaciones de profunda perturbación de la seguridad urbana también se registran en megaciudades, como sucedió recientemente en São Paulo, Brasil. Allí se desató una revuelta urbana con un saldo de 170 muer tos –entre ellos, varias decenas de policías– durante cuatro días de desordenes. El motín fue coordinado por el Primer Comando Capital (PCC), una organización criminal que opera desde el interior de las cárceles del Brasil y se estima que controla cerca de 130.000 hombres, la mayoría presidiarios y alrededor de 10.000 en las calles. El propósito fue impedir la transferencia de cientos de prisioneros integrantes de ésta organización a cárceles de alta seguridad. La ofensiva involucró la detonación de dispositivos explosivos en lugares públicos estratégicos, ataques con francotiradores, emboscadas y arremetidas con bombas incendiarias contra sucursales bancarias, estaciones y vehículos de transporte público masivo. Simultáneamente estallaron motines de internos en 20 centros carcelarios, en los cuales miembros del PCC tomaron rehenes.
En el ámbito colombiano se puede referir el caso de Medellín donde hace menos de un lustro había sectores de la ciudad controlados por milicias urbanas a los cuales, en muchos casos, las empresas de ser vicios públicos no tenían entrada para el mantenimiento de redes, ni el cobro ni cor te de ser vicios públicos domiciliarios. Una situación similar se vive en la actualidad en muchas ciudades impor tantes del mundo, entre otras, Kingston en Jamaica, Lagos en Nigeria, y Río de Janeiro en Brasil. Aún ciudades como Nueva York no están exentas de episodios agudos de violencia, como el que ocurrió con el ataque terrorista a las Torres Gemelas en 2001, dejando un saldo de cerca de 2.800 víctimas4.
Un marco interpretativo del comportamiento de la violencia y delincuencia urbana: la modernización
Casos como los anteriores ponen en evidencia las dificultades para el análisis y gestión de la seguridad ciudadana en grandes ciudades. Un marco interpretativo utilizado con mucha frecuencia para ello proviene de la corriente de pensamiento que encuadra el fenómeno de la urbanización dentro del proceso de modernización. 5 Desde esta perspectiva se prevé que en algún momento del futuro, el compor tamiento urbano de la violencia y delincuencia convergerá alrededor de los bajos niveles que hoy exhiben las ciudades donde está consolidada la urbanización moderna, como es el caso de muchas ciudades de Europa, Nor te América y Japón. Allí la tasa de homicidio no supera el umbral de 3 por 100.000 habitantes.
4 De acuerdo con los registros del Departamento de Policía de la ciudad de
Nueva York, durante el 2001 se registraron 649 homicidios, sin incluir las
2.823 víctimas que dejó el atentado contra las Torres Gemelas. Por su parte
el Census Bureau en 2001, estimó que la ciudad tenía una población de
8’023.018 habitantes. El cálculo correspondiente de la tasa de homicidios
para ese año incluyendo esas muertes es del orden de 43 /100.000 habitantes.
Ver Lagan, P. and M. Durose. 2004. “The Remarkable Drop in Crime
in New York City”, U.S. Department of Justice: Bureau of Justice Statistics.
5 Ver entre otros: Clinard, M. B. and D. Abbott. 1973. Crime in Developing
Countries. New York: Wiley; Shelley, L. I. 1981. Crime and Modernization:
The Impact of Industrialization and Urbanization on Crime. Carbondale:
Southern Illinois University Press; Neuman, W. L. and R. J. Berger. 1988.
“Competing Perspectives on Cross-National Crime: An Evaluation of Theory
and Evidence”, The Sociological Quarterly 29: 281–313; LaFree, G. and
K. A. Drass. 2002. “Counting Crime Booms among Nations: Evidence for
Homicide Victimization Rates, 1956 to 1998.”Criminology 40: 769–99.
Según ésta línea de razonamiento las sociedades que se modernizan siguen etapas de desarrollo similares, que sucesivamente convergen hacia el estado que actualmente exhiben las más avanzadas. Por consiguiente el paradigma de la modernización predice que en el curso de la consolidación de la urbanización moderna, el compor tamiento de violencia y el delito en las ciudades sigue una trayectoria parabólica en forma de “U” inver tida.
Aún en países como Colombia, donde hoy el ritmo migratorio hacia las ciudades ha disminuido en relación con el pasado reciente, el crecimiento vegetativo de la población urbana ejerce fuertes presiones para acceder a las oportunidades y dotaciones de bienes y servicios básicos. En un contexto general así, resulta fácil imaginar el potencial para la conflictividad y desorden social que enfrenta de manera permanente la gestión de la seguridad urbana hoy.
Así durante las fases más aceleradas de urbanización moderna, se espera que haya incrementos en la violencia y el delito como consecuencia del debilitamiento de los mecanismos tradicionales de control social dentro de las comunidades de migrantes, en su mayoría de origen rural. En el ámbito de la especialización y división de trabajo propio del mundo moderno, los valores y estructuras de autoridad tradicionales son cuestionados mientras, a la vez, las lealtades e identidades típicas de las comunidades de origen son abandonadas principalmente por los migrantes más jóvenes. De este modo, se erosiona la capacidad normativa del orden premoderno propio de ámbitos rurales y emerge temporalmente en el espacio urbano la desorganización social.
Naturalmente los efectos disruptores de las transformaciones propias de las etapas más agudas el proceso de urbanización moderna, se expresan en el crecimiento de la conflictividad violenta. Con el tiempo la violencia y los comportamientos delictivos e inciviles llegan a ser disuadidos y reprimidos a través de mecanismos de control social propios del mundo urbano moderno, entre ellos, los cuerpos de policía y sistema de administración de justicia. Pero adicionalmente la perspectiva de la modernización considera que en el ámbito urbano moderno las personas adquieren con facilidad pautas morales basadas en una alta capacidad de auto-regulación, una autoestima autónoma que favorece las aspiraciones personales de movilidad social sin dependencia de la aprobación de la familia o comunidad de origen, y en habilidades para hacer frente a los conflictos sin recurrir a la violencia. Este “individualismo moral”, pregona la teoría, favorece comportamientos racionales y predecibles y a su vez facilita el establecimiento de relaciones de confianza, interacción e interdependencia sobre las cuales operan la mayoría de los mecanismos modernos de coordinación y asignación de recursos, entre ellos, la economía de mercado y la democracia electoral.
Así, uno de los principales frutos esperados de la disposición generalizada de los individuos a la interiorización de normas y la autorregulación en contextos urbanos modernos, es que las tasas y las formas de comportamientos delictivos se reduzcan a niveles marginales.
Una mirada divergente
El marco interpretativo de la modernización está en la base de la expectativa, hoy generalizada, de que las tasas de violencia y delincuencia se deben reducir de manera continuada en las grandes ciudades. Sin embargo, episodios recientes como los ataques incendiarios masivos contra centenares de vehículos particulares en los suburbios de París por jóvenes franceses de origen inmigrante, en su gran mayoría con acceso a educación pública secundaria, y en algunos casos de nivel superior, muchos de ellos provenientes de familias nucleares completas y estables con ingresos razonables, plantean preocupaciones acerca de la real capacidad de los mecanismos civilizadores de la vida urbana moderna, la economía de mercado y la democracia electoral para garantizar el control generalizado de la violencia y el delito en el contexto de las grandes ciudades.
Un estudio publicado durante el primer semestre de 2006 en el cual se observó el comportamiento del homicidio en 44 países de mundo, clasificados con base en índices de democratización (autocráticos, en transición a la democracia y plenamente democráticos) durante el período comprendido entre 1950 y 2000, encontró que contrario a los predicho por la perspectiva de la modernización, en los países plenamente democráticos –típicamente, donde la urbanización moderna está más avanzada– se evidencia en ese lapso de tiempo un significativo incremento del homicidio.6 Entre las alternativas de interpretación de este resultado, sus autores señalan la posibilidad de que la medida de la violencia en una sociedad no está condicionada por su grado de urbanización moderna sino por el nivel de desorganización social que experimente en un momento dado. En tal caso, las economías de mercado e instituciones democráticas asociadas con el alto grado de urbanización moderna de las sociedades donde estas instituciones operan plenamente, no necesariamente se traducen en mayores niveles de organización social: estas instituciones pilares de la urbanización moderna también pueden ser factores de perturbación del orden social moderno y, por tanto, incidir en la emergencia de fases explosivas de conflictividad violenta.
6 Ver LaFree, G. and A. Tseloni. 2006. “Democracy and Crime: A Multilevel Analysis of Homicide Trends in For ty-Four Countries, 1950-2000”, ANNALS, American Academy of Political and Social Sciences, 605, May 2006, pp. 26-49.
De ser así, la desorganización social y la violencia creciente no serían exclusivas ni típicas de las etapas más álgidas de sociedades en el moderno proceso de urbanización acelerada. Las inequidades galopantes producidas por una elite que concentra progresivamente los recursos de poder y económicos de la sociedad, también pueden constituirse en factores que progresivamente erosionan la capacidad auto-reguladora de la economía del mercado y la democracia electoral. Por consiguiente es posible que en el contexto de las grandes ciudades donde desde antes de la mitad del siglo XX ya estaba consolidado plenamente el proceso de urbanización moderna, se presenten incrementos sostenidos en el largo plazo de la desorganización social, violencia y delincuencia7
El caso de Bogotá según la perspectiva de la modernización
Bogotá es una ciudad grande cuyas circunstancias recientes se amoldan convenientemente a una interpretación basada en la perspectiva de la “modernización”. Su período más acelerado de crecimiento urbano y de población tuvo lugar entre las décadas de los 60 y 80. Al final de ese período, la ciudad había incrementado en 50% su participación poblacional dentro del total nacional, pasando de cerca del 10% en 1964 a casi el 15% en 19858. La acelerada expansión de Bogotá se tradujo en el encarecimiento de tierras urbanas que generó una situación altamente desfavorable para los hogares de ingresos más bajos, y los obligó a pagar precios unitarios por la tierra similares a los que pagan los hogares de los quintiles más altos de ingreso. Ello creó atractivas condiciones de rentabilidad para el desarrollo de urbanizaciones ilegales ó “piratas”, así como toda clase de economías ilegales sucedáneas.
En coincidencia con lo que predice la perspectiva de la “modernización”, la agudización de la conflictividad ocasionada por este proceso, así como por la desorganización social propia de la urbanización acelerada, se hizo manifiesta en las estadísticas de violencia a partir de mediados de la década de los 80. Hasta entonces Bogotá había logrado absorber la presión migratoria, manteniendo un índice de relación de su tasa de homicidios alrededor del 60% de la tasa correspondiente para el resto del país. A partir de entonces ese índice de relación comenzó a crecer hasta llegar a superar la tasa nacional en 1993. En ese año Bogotá registró un pico histórico de 4.378 homicidios, equivalente a 80 víctimas por cada 100.000 habitantes, 6 puntos por encima de la tasa de homicidios para el resto del país en ese año (ver gráfica 1).
Este compor tamiento explosivo de la violencia en la ciudad entre 1985 y 1993 se enmarca convenientemente dentro del rango de lo previsto por la perspectiva de la modernización acerca de las fases más agudas de la urbanización moderna. Un estudio de la Corporación Misión Siglo XXI acerca de la seguridad en Bogotá9, ofrece una hipótesis complementaria acerca de los factores que pudieron haber detonado este compor tamiento. La escalada terrorista sostenida por los car teles del narcotráfico y la creciente actividad insurgente que vivió el país a par tir de la segunda mitad de los años 80, habría absorbido una cantidad ingente de recursos técnicos y humanos, tanto de los cuerpos policía e inteligencia y como del sistema judicial. El insuficiente dispositivo policial que quedó a cargo de la vigilancia en Bogotá, sumado a un aparato judicial excesivamente centralizado y congestionado, habría llevado a la desprotección de la seguridad ciudadana cotidiana. Por consiguiente durante el mismo período se registraron incrementos explosivos en la mayoría de delitos, principalmente los hur tos: en 1993 las estadísticas de la Policía Nacional registran 518 hur tos a bancos en Bogotá, un promedio de 2 por cada día bancario (ver gráfica 2).
7 Al respecto es relevante otra investigación teórica reciente sobre la paradoja
del surgimiento de gobiernos populares directamente a partir del caos de los
conflictos internos violentos, sin pasar por estadios intermedios dominados
por un soberano formidable, sea un “Leviatán”, un “Príncipe” o dictador. El
estudio concluye que las facciones en guerra preferirán someterse a una
democracia civil –a manera de mecanismo de arbitraje aceptablemente
neutral y eficaz– y no a un “Leviatán”, cuando 1) los intereses económicos
de las facciones dependen de la inversión productiva del grueso de la ciudadanía;
2) las preferencias políticas ciudadanas garantizan una asignación
de poder político menos sesgada en una competencia democrática, que
bajo el régimen de un Leviatán; y 3) hay una agencia externa (p.ej. la ONU)
que media y supervisa el proceso conjunto de desarme y reconstrucción del
Estado. El artículo ofrece razones sugestivas para pensar que la viabilidad
de una democracia depende de mecanismos autorreguladores que restrinjan
la concentración de la propiedad y fomenten el control de la inversión
productiva en manos del grueso de la ciudadanía. Ver Wantchekon, L. 2004.
“The paradox of ‘Warlord Democracy’: A Theoretical Investigation”, American
Political Science Review, 98, 1, pp. 17-33.
8 Ver Banguero, H. y C. Castellar. 1993. La población de Colombia 1938 -2025.
Un visión retrospectiva y prospectiva para el país, los departamentos y sus
municipios, Cali: Universidad del Valle – Colección de Edición Previa.
9 Ver Misión Siglo XXI. 1996. Estudio prospectivo de seguridad, Cámara de
Comercio de Bogotá.
Gráfica 1. Comparativo de tasas de homicidio: Colombia sin Bogotá vs. Bogotá 1964 - 2006
Fuente: Datos de homicidios suministrados por Policía Nacional Centro de Investigaciones Criminológicas – DIJIN. Las tasas anuales de homicidio se calcularon con base en datos de población interpolados a partir de datos censales del DANE, 1964, 1973, 1985, 1993 y 2005. Cálculos realizados por Óscar Alfonso Roa. Diseño de gráfi ca por los autores.
Gráfica 2. Bogotá: Homicidios y hurtos bancarios 1964 - 2006
Fuente: Datos de homicidios y hurtos a bancos suministrados por Policía Nacional Centro de Investigaciones Criminológicas – DIJIN. Diseño de gráfi ca realizado por los autores.
De acuerdo con esta interpretación, la impunidad rampante en la ciudad provocó un efecto de atracción sobre la actividad delincuencial, la cual a su vez generó el uso de niveles inusitados de violencia, relacionada tanto con los delitos como con los ajustes de cuentas entre delincuentes.
Diez años después, en 2003, Bogotá registraba 1.744 homicidios, lo que en términos relativos representa una tasa de 25 víctimas por cada 100.000 habitantes, así como importantes reducciones en los delitos contra el patrimonio económico. Esta mejoría se atribuye generalmente a las acciones adelantadas por las administraciones distritales a par tir de mediados de los años 90, las cuales coinciden con los “remedios” previstos por la teoría de la modernización, entre ellos:
• El desarrollo de estudios y diagnósticos de la violencia y la inseguridad.
• La optimización y fortalecimiento del dispositivo policial en la ciudad y la modernización de los medios de comunicación, transporte e inteligencia a su disposición por medio del Fondo de Vigilancia y Seguridad.
• La creación de la Subsecretaría de Convivencia y Seguridad Ciudadana encargada del seguimiento de la política de seguridad y convivencia.
• La difusión de programas de formación de cultura ciudadana y el fomento de la auto-regulación en toda la ciudad.
• La promoción de la corresponsabilidad y la integración de autoridades y ciudadanía en la solución activa de diferentes problemas a través de los Frentes de Seguridad Ciudadana.
De acuerdo con esta interpretación, la impunidad rampante en la ciudad provocó un efecto de atracción sobre la actividad delincuencial, la cual a su vez generó el uso de niveles inusitados de violencia, relacionada tanto con los delitos como con los ajustes de cuentas entre delincuentes.
• La formalización de escenarios de análisis y toma de decisiones coordinadas en materia de seguridad y convivencia, como el Consejo Distrital de Seguridad, y
• La recuperación de espacio público invadido por casetas, carros y ventas ambulantes y la generación de “espacios de orden” a través de proyectos de renovación urbana, como el parque Tercer Milenio en el área del antiguo “Cartucho”, hasta entonces la guarida más importante para la delincuencia y el expendio de estupefacientes de la ciudad.10
10 Ver Acero, H. 2003. Violencia y delincuencia en contextos urbanos. La experiencia de Bogotá en la reducción de la criminalidad 1994 -2002. Bogotá: SUIVD.
Una mirada divergente a través de una modalidad insidiosa de hurto: el “fleteo”
El mejoramiento de la calidad de vida como resultado de la reducción de la violencia y la delincuencia en Bogotá gracias a medidas como las enumeradas anteriormente, es un hecho incontestable. Sin embargo, casos citados al inicio de este escrito como los de São Paulo, Nueva York y Paris, advier ten la impor tancia de mantener alerta ante la eventual configuración de escenarios de seguridad urbana distintos a los previstos por la tranquilizadora perspectiva de la modernización, según la cual la tendencia natural de las tasas de violencia y delincuencia en las grandes ciudades, luego de períodos críticos como los vividos en Bogotá entre 1985 y 1995, es la reducción continuada.
De partida conviene reconocer que las mejoras en seguridad en una ciudad grande nunca se dan de manera homogénea ni son equitativas. El caso de la evolución del hurto asociado a la actividad bancaria es ilustrativo. De un nivel por encima de 500 hurtos a bancos registrados en Bogotá durante 1993, el guarismo se redujo a 6 casos en 2006. Hay diversos factores por los cuales ello se ha dado, entre otros, su “endurecimiento” como objetivo de los delincuentes y, también, los criterios con los cuales se registra un “hurto a banco”: el atraco a un cajero en su ventanilla en el banco, sin que se afecte el dinero depositado en la caja fuerte del establecimiento, lo registra la policía en Bogotá como un “hurto a persona”.
Pero a la vez, en relación con el hurto a bancos se ha dado un desplazamiento importante en la modalidad. Así, a medida que se redujo el hurto a bancos, se ha ido incrementando la modalidad del “fleteo”11 a niveles comparables a los que presentaba el hurto a bancos a principios de los años 90.
11 Los delitos contra la propiedad se tipifican en el Código Penal Colombiano, en el capitulo primero “Del Hur to”, del título VII “Delitos contra el patrimonio económico”. El “fleteo” no es un tipo penal, sino una modalidad de hur to en la cual la víctima que retira un monto significativo de efectivo de un banco ó cajero automático, es detectada e identificada allí por un delincuente encargado de “marcarla” y comunicar dónde guarda el efectivo. Durante el trayecto posterior en la calle, es interceptada y atracada por un “cogedor” que generalmente va de parrillero en una moto, aprovechando algún atasco vehicular, una calle desolada, o la espera en un semáforo en rojo. Los “fleteros” generalmente utilizan armas de fuego y hacen uso de palabras soeces para aminorar y atemorizar a la víctima y despojarla del dinero.
Los primeros casos de “fleteo” comenzaron a reportarse a finales de la década pasada en Bogotá y la modalidad se hizo visible porque no es infrecuente que vaya acompañada de violencia, como sucedió en el sonado caso del técnico de fútbol profesional Luis Fernando Montoya cuando intentó intervenir para que impedir que su esposa fuese víctima de esta modalidad en la puerta de su casa en la ciudad de Manizales. En 2003, cuando su registro como modalidad de hurto ya se diferenciaba claramente del “atraco común” en Bogotá, se detectaron 723 casos de “fleteo” denunciados.
Se trata de una modalidad par ticularmente insidiosa y difícil de controlar mediante dispositivos de vigilancia policial y se tipifica como un “hur to de opor tunidad” en el cual el agresor sigue la víctima hasta encontrar el momento y la opor tunidad precisa para interceptarla, despojarla del dinero y escapar sin ser detectado. No es infrecuente que la modalidad se practique en sectores con gran densidad de control y vigilancia policial o privada. Es además enormemente lucrativa para los delincuentes: las estadísticas de la Policía Nacional permiten estimar que las pérdidas patrimoniales anuales en Bogotá por ésta modalidad son superiores a $4 mil millones de pesos.
Como ya se mencionó, la aparición de esta modalidad coincide con el establecimiento de controles coordinados entre autoridades y medidas de vigilancia electrónica tomadas por las entidades bancarias para disuadir y controlar el hur to a bancos a par tir de la segunda mitad de los años 90, cuando descendió ver tiginosamente este tipo de hur to. Como consecuencia de ello, el hur to se desplazó hacia las personas, en par ticular, hacia aquellas que no disponen de los medios para protegerse –como lo hicieron los bancos– y que son más vulnerables en la medida en que habitan en los sectores más populosos de la ciudad. Como es sabido, allí es donde la densidad de la red de vigilancia pública y privada es mucho más baja que el promedio de la ciudad y donde, por tanto, las opor tunidades de ser víctimas de esta modalidad son prácticamente ilimitadas.
Lo anterior, sumado al hecho de que las capturas de bandas dedicadas a esta modalidad son escasas y que los rasgos esenciales del integrante de una banda de esta naturaleza12 se encuentran con facilidad entre el gran contingente de jóvenes afectados por la alta tasa de desocupación económica en los sectores de más bajos ingresos de la ciudad, pone de presente el daño sobre el tejido social bogotano que ésta modalidad de hurto puede llegar a producir.13
12 Una banda de fleteros esta conformada entre 4 y 6 personas. La mujer no tiene una participación alta en estas bandas, sin embargo cuando actúa es la encargada de verificar información per tinente y de “marcar” a la víctima potencial. Su edad oscila entre 18 y 32 años, es bonita y siempre está bien vestida. Cuando el “marcador” es hombre, generalmente tiene aspecto de un ejecutivo joven. Los “marcadores” no siempre se encuentran dentro del establecimiento bancario; algunas veces están fuera analizando a las víctimas potenciales. Su herramienta siempre es el teléfono celular para comunicar las características de la víctima seleccionada, un estimativo del monto y dónde guarda el efectivo. El conductor, encargado de maniobrar una motocicleta de alto cilindraje, típicamente por ta un chaleco que no corresponde al número de la placa del vehículo ó ha sido alterado con cinta. En algunos casos tiene doble chaleco o chaleco doble faz. El casco que por ta es cerrado, para evitar ser identificado. Su edad oscila entre los 15 y 25 años. Usualmente tiene una precaria situación económica y se dedica exclusivamente a esta actividad. Otro integrante de la banda es el “cogedor”. Se trata de un joven varón pero con mayor trayectoria delictiva. Su función es neutralizar y aminorar a la víctima y despojarla del dinero. El jefe de la banda, finalmente es el encargado de planear y organizar cada operación para lo cual contacta a las personas requeridas (motociclista, “marcador” y “cogedor”). Hay organizaciones cerradas, en las cuales los integrantes de la banda son los mismos y abiertas, bandas que se agrupan solo en torno a una operación en par ticular. En estas últimas el jefe se compor ta como eje central y todo gira en torno a lo que él disponga. El jefe se transpor ta en un taxi con “caleta”, cuyas placas están borradas, tapadas con cinta, con transito libre o par tidas.
13 El “fleteo” probablemente se incrementará en el futuro mucho más allá de lo que las estadísticas de denuncias reflejan actualmente. Según varios estudios realizados sobre la victimización en Bogotá, desde mediados de los años 80 en adelante el porcentaje de denuncias ante la policía de hechos delictivos ocurridos en la ciudad ha fluctuado alrededor de 22%. En años recientes la encuesta semestral realizada por la Cámara de Comercio de Bogotá señala que este nivel se ha incrementado a cerca del 40%. Sin embargo este porcentaje no es representativo para todas las localidades ni estratos socioeconómicos de la ciudad. Es sabido que el nivel de denuncias en los sectores de más bajos ingresos es muy inferior a promedio de la ciudad.
Conclusiones
La volatilidad propia de muchos aspectos de la vida en el mundo globalizado de hoy, entre ellas, los financieros y económicos pero también los políticos y sociales, sugieren que quizás no son incondicionalmente validas las predicciones de la perspectiva de la modernización en cuanto a la reducción continuada de la violencia y la delincuencia en los contextos donde operan masivamente mecanismos basados en el “indvidualismo moral” como el mercado y la democracia electoral. En aquellos contextos donde estos dispositivos no logran responder adecuadamente a las demandas y expectativas de números crecientes de pobladores urbanos, sus deficiencias continuadas pueden transformarse negativamente en factores de crisis y desorganización social. En consecuencia, estallidos repentinos de violencia y delincuencia en grandes ciudades como los reseñados atrás, pueden repetirse en el futuro con mayor frecuencia.
Por tanto, en una ciudad como Bogotá no conviene despreciar el efecto perturbador de una modalidad de hurto tan insidiosa como el “fleteo” sobre la seguridad ciudadana, en particular entre los sectores más vulnerables y desprotegidos. El daño causado a víctimas en situación de pobreza por ésta modalidad de hurto y la violencia asociada, es severo y resulta inconmensurable su efecto sobre su acceso a oportunidades para mejorar la situación de inclusión social de aquellos hogares en ésta condición afectados por el “fleteo”. Una dinámica de violencia y delincuencia similar a la registrada en Bogotá entre mediados de los 80 y 90 se podría generar por medio de esta modalidad, en la medida en que la inoperatividad de los mecanismos de vigilancia y administración de justicia en ciertos sectores de la ciudad, conduzca a la impunidad generalizada para los “fleteros”. Esta situación, a su vez, podría ejercer un efecto de atracción para la delincuencia y fomentar la práctica de esta modalidad de hurto hasta el límite. Aún si las denuncias no se registran, es probable que por cuenta de la activación de un “círculo vicioso” similar al registrado a principios de los años 90 en Bogotá se vuelva a incrementar significativamente la violencia en algún momento del futuro. Dicho proceso estaría alimentado no sólo por la violencia directamente asociada con la modalidad como tal, sino también con las reacciones provocadas por la misma, como pueden ser las venganzas entre los integrantes de estas bandas por territorios y malas reparticiones, así como por el resurgimiento de las mal llamadas “limpiezas sociales” y otras modalidades de justicia privada que en el pasado abultaron las estadísticas de violencia en la ciudad.
Hasta el presente no hay evidencia empírica que permita soportar que un escenario así esté en ciernes de configurarse en el futuro cercano de la capital colombiana. Sin embargo, ésta no es razón para confiar en que se mantenga el comportamiento estadístico descendente de la violencia y el delito en la ciudad del pasado reciente.“