Trueno, un labrador chocolate experto en ubicar minas camufladas entre cultivos de coca, que no le tiene miedo ni a las balas ni al sonido de los helicópteros de combate, ha salvado en 15 oportunidades a escuadrones de la Policía Antinarcóticos. Bajo la guía del patrullero Édison Ruiz, el noble animal, vestido con su chaleco fluorescente, arriesga su vida como cualquier policía o soldado de la patria.
Avanza con sigilo y detrás, en fila india, van su amo y otros 30 policías armados hasta los dientes. Las reglas son claras: donde pisa el perro, pisa el humano, donde el perro se detiene todos deben parar. En Tumaco, donde ubicó un explosivo y salvó la vida de los uniformados, estuvo a punto de morir, pero no por una explosión sino por la mordida de una serpiente. "Después de que detonamos la mina, noté que Trueno no era el mismo. Dejó de batir la cola, saltar y lamer, y cayó desmayado en pleno camino". El patrullero, que considera a su perro como a un hijo, se dio cuenta de la mordedura y, tras aplicarle suero antiofídico, de inmediato lo sacó del área en un helicóptero y le salvó la vida. "Yo sé que él me quiere como a un padre.
Dormimos y comemos juntos. Siente mi tristeza y yo la de él". Así quedó demostrado con Mara, una perra que entró en depresión, perdió el apetito y hasta lloró el día en que su compañero de lucha antidroga, el intendente Fredy Cañas, perdió una pierna tras la explosión de un artefacto en zona cocalera de Putumayo.
El reencuentro de los dos, en la Dirección General de la Policía, fue como el de dos hermanos sobrevivientes de una tragedia. Trueno y Mara hacen parte de los 237 animales con los que cuenta el Grupo de Guías Caninos Antinarcóticos, todos formados en el Centro de Adiestramiento de Perros (CAP) de la Dirección Antinarcóticos de la Policía Nacional. Unos trabajan en la selva, como Beto, que quedó sordo por culpa de una mina, o Bruno, víctima de la leishmaniasis, la enfermedad que más ataca a nuestra Fuerza Pública. Otros prestan su servicio en puertos, como los de Barranquilla, Cartagena, Buenaventura y Santa Marta, y otros, en aeropuertos, como los de Cali, Barranquilla, Cartagena, Rionegro y Bogotá. La misión es una sola: combatir el narcotráfico.