La mañana en que Magangué se reunió para sembrar futuro

La convivencia no se decreta, se construye. Y los valores se enseñan con el ejemplo.
  • La convivencia no se decreta, se construye
  • La subteniente Jenifer Ramírez Flórez abrió el espacio con la serenidad que exige la hora

Por: *Emilio Gutiérrez Yance*

La mañana en Magangué llegó perfumada de pan fresco, ese aroma que se cuela por las rendijas de las casas y despierta incluso al sueño más profundo. Con el sol apenas insinuándose detrás de los techos de zinc, el barrio Minuto de Dios empezó a llenarse no solo de niños, sino también de rostros conocidos: los líderes de las Juntas de Acción Comunal de distintos barrios, gente curtida por el trabajo comunitario, convocados a una jornada que prometía más que palabras.

Bajo el viejo almendro —ese que parece cargar en sus ramas todas las historias del pueblo— la Policía Comunitaria ya estaba lista. No llegaban con protocolos rígidos ni solemnidades: venían con disposición, con escucha, con la voluntad de tender puentes. Era una mañana para hablar de valores, sí, pero sobre todo para construirlos entre todos.

A un costado, el vendedor de raspa’o afilaba su cuchilla contra el hielo, dibujando el sonido clásico de las mañanas alegres. Más allá, el hombre del carrito de helados hacía sonar su campanita como quien anuncia un pequeño festejo. Entre el murmullo creciente, una adulta mayor se rascaba la cabeza con calma, acomodándose el pañuelo como quien se prepara para escuchar con atención. Y un perro, echado bajo la sombra del almendro, ladraba sin prisa, como si también quisiera participar en la mañana comunitaria.

Los líderes de los barrios—Boston, Santa Rita, La Paz, Los Comuneros, Pastrana, Miraflores, El Minuto de Dios— fueron tomando asiento. Algunos cruzaban los brazos, otros abrían cuadernos gastados. Son hombres y mujeres acostumbrados a lidiar con lo cotidiano: el arreglo de una calle, la preocupación por los jóvenes, las riñas que se calientan con el sol de la tarde. Pero esa mañana la conversación iba más allá de los problemas: se centraba en las soluciones.

La subteniente Jenifer Ramírez Flórez abrió el espacio con la serenidad que exige la hora.

—La convivencia no se decreta, se construye. Y los valores se enseñan con el ejemplo. Queremos trabajar de la mano con ustedes y con los niños. Magangué merece eso y más —dijo.

Los líderes asentían, unos con la seriedad del compromiso, otros con una sonrisa que revelaba orgullo. Hablaron de respeto, de solidaridad, de enseñar a los más pequeños a resolver conflictos sin violencia. Hablaron del barrio como una familia extendida, de la responsabilidad compartida de protegerlo.

Mientras tanto, las risas de los niños que participaban en las dinámicas se mezclaban con el tin-tin del carrito de helados y el olor persistente del pan recién horneado. Era un retrato completo del pueblo: infancia, comunidad y voluntad de cambio moviéndose en un mismo espacio.

Una líder de la Junta de Acción Comunal del barrio El Minuto de Dios tomó la palabra con claridad:

—Si los valores se enseñan entre todos, el barrio cambia. Andando así, cambia el pueblo entero —dijo.

La frase quedó suspendida en el aire como una verdad sencilla y contundente.

El encuentro avanzó entre propuestas y acuerdos. La Policía Comunitaria escuchaba, respondía, organizaba ideas. Los líderes anotaban, planeaban, soñaban un poco. Y los niños, escuchando sin proponérselo, parecían absorberlo todo desde su propio rincón de juegos.

Cuando la mañana empezó a trepar hacia el mediodía, la calle quedó envuelta en un silencio dulce, ese que solo dejan las cosas bien hechas. Los líderes se retiraron con la convicción de que no estaban solos; los policías seguían conversando con los vecinos; los niños corrían todavía con los labios teñidos por el raspado o el frío reciente del helado. El perro, fiel a su lentitud matinal, dio un último ladrido suave antes de volver a echarse.

Y así, en una simple mañana de Magangué, entre olor a pan caliente y voces de líderes y policías trabajando codo a codo, se sembró algo más importante que un mensaje:

la certeza de que un pueblo unido puede escribir su propio futuro, sin prisa, pero con decisión.