Un año y un mes después del primer confinamiento por la pandemia del covid-19 en Colombia, podemos dar una mirada reflexiva hacia atrás y darnos cuenta cómo hemos afrontado emocionalmente esta situación inesperada e insospechada que nos enfrentó a dificultades personales, familiares, sociales, económicas y espirituales, así como el riesgo a enfermar o en el peor de los casos, de morir; pero que a la vez nos ha dejado un aprendizaje en el que hemos fortalecido habilidades para la vida, aun cuando creíamos que ya todo iba a terminar pero que sigue latente.
Por ello, el grupo de Salud Mental de la Dirección de Sanidad, ha considerado importante orientar a nuestra familia policial en este proceso de adaptación, que no solo ha implicado un cambio en la vida de los adultos, sino también, en la vida de los niños, niñas, adolescentes y adultos mayores.
Algunas de las situaciones a las que nos hemos visto enfrentados y que han generado toda clase de pensamientos sentimientos y reacciones, las enumeramos aquí:
- Una convivencia familiar, altamente intensa pasando tanto tiempo juntos, en un mismo espacio físico, a veces reducido y limitado.
- La actitud que cada uno asumimos durante la crisis: favorable o desfavorable.
- El desempleo de uno o más miembros de la familia o terminación de un proyecto.
- El cambiar rutinas: niños estudiando desde casa y adultos trabajando.
- La sobrecarga en las actividades diarias del hogar y que recae un solo miembro de la familia.
- La Falta de organización y apoyo entre el núcleo familiar, la poca colaboración y el desorden.
- Las nuevas reglas de higiene, autocuidado y de responsabilidad frente al otro.
- El Temor a enfermar o morir, afrontar la pérdida de nuestros seres queridos con una despedida y un duelo diferente.
Algunas familias han demostrado ser muy organizadas en sus dinámicas diarias, con vínculos afectivos sólidos y solidarios, ajustándose con nuevos horarios, redistribuyendo tareas para ayudar y prestar atención a los hijos menores y los adultos mayores.
En los niños dejar de ir al colegio para estudiar desde un computador en su casa, mantener la atención y la concentración en la clase virtual, cumplir con las tareas, requería de la presencia de sus padres o un familiar, más aún, teniendo en cuenta que a los niños se les caracteriza por el dinamismo y el impulso por jugar, correr, ver televisión y a su vez, vivir con el temor a que sus padres se contagiaran y quedaran solos.
Para los adolescentes nuestros jóvenes entre los 14 y 21 años de edad, es posible que haya implicado todo un desafío vivir la pandemia, el estar encerrados y no poder salir con sus amigos o hacer lo que les gusta y que la mayoría optara como salida encerrarse en su habitación o en los video juegos, tendiendo al aislamiento para dejar de compartir los espacios familiares con un poco de colaboración en las actividades del hogar, aun cuando en la generación actual, han obtenido fácilmente lo que han querido sin tener que realizar demasiado esfuerzo, porque los padres han estado allí para protegerlos y darles lo que desean.
Para algunos adultos mayores, ha sido un tiempo de soledad, menos visitas, un mayor encierro y donde muchas veces su opinión y experiencia fueron dejados de lado, haciéndoles sentir que podían ser un problema más allá de una solución, para otros, pudo tener una sobrecarga al ayudar a sus hijos a cuidar de sus nietos en casa, con el consecuente agotamiento físico y emocional, ya que no es lo mismo tener 80 que 40 años de edad.
Dentro de lo difícil que ha sido enfrentarnos al covid-19, hoy podemos resignificar esta experiencia y es que a todos nos ha dado diferentes oportunidades:
A los niños, la oportunidad de estar más tiempo con sus padres, conocerse más y fortalecer vínculos afectivos.
A nuestros jóvenes, la oportunidad de enfrentar un nuevo reto y desarrollar otras capacidades para ser más resilientes ante la frustración de no obtener todo lo que desean de forma inmediata, a ser más pacientes y la importancia de ser solidarios en tiempos de crisis, no solo con los amigos sino con los padres, hermanos y abuelos.
A los adultos, puso a prueba su capacidad para autocontrolar sus emociones de ira, tristeza, dolor, preocupación, incluso alegría, para afrontar las crisis de manera efectiva.
Nos enseñó que lo que pienso y mi actitud en situaciones de crisis, es clave si hay optimismo y confianza de que vamos a salir adelante si logramos mantener la calma y no desesperamos, será más fácil salir de la crisis.
El pensamiento flexible y creativo, nos permite reorganizarnos y encontrar varias salidas a un mismo problema con mayor capacidad de adaptación al cambio.
Nuestra espiritualidad se potencializó al máximo, la fe, nuestras creencias, la oración, nos unió y nos fortaleció en medio de la angustia para poder continuar adelante.
La unión familiar es fundamental, que sobrevivimos a días buenos y días no tan buenos, donde la tensión estuvo al máximo, pero que el perdón, la reconciliación y el diálogo, son más efectivos y poderosos.
Enseñamos a nuestros hijos a tener seguridad y demostrar que no importa la dificultad, siempre hay un futuro a pesar de la adversidad.
El sentido de cooperación, la empatía, la solidaridad con el otro, es nuestro mejor aliado en los momentos de agotamiento y cansancio.
Es clave tener en nuestros hogares rutinas establecidas, disciplina y organización.
El autocuidado de nuestro cuerpo y mente, la higiene personal diaria, el ejercicio, la alimentación sana, son fundamentales.
Finalmente, hoy podemos levantar los ojos, dar gracias porque no nos ha faltado el techo, la comida, un trabajo digno y estamos más fortalecidos emocionalmente para afrontar las pérdidas de aquellos que tuvieron que partir pero que a la vez, dejaron una gran enseñanza en nuestras vidas.
Psicóloga Mery Jiménez Moreno
Grupo Salud Mental UPRES Bogotá-Cundinamarca