Una noche de septiembre de 2014, en su lecho de enferma, en la antesala de una compleja cirugía para intentar detener un cáncer de tiroides que se le potencializó tras la muerte violenta de su señora madre, Jeny Castañeda Mejía tuvo un sueño en el que su mamá le revelaba que el responsable de su muerte la iba a buscar para pedirle perdón y que, por favor, lo hiciera en su memoria. Además, le encomendó una misión.
No sabía si eso era un sueño o más bien una pesadilla. Su progenitora le pedía perdonar al autor intelectual de su crimen, el mismo hombre al que ella había buscado por años, de audiencia en audiencia, hasta encontrarlo y decirle sin miedo que lo odiaba por haberla dejado huérfana, que lo responsabiliza de la muerte de pena moral de su abuelo y de haberla obligado a convertirse en madre de sus dos hermanos menores cuando apenas tenía 20 años, cuando acababa de ser madre.
Ese hombre es el más viejo jefe paramilitar de Colombia, Ramón Isaza, el eterno cabecilla de las Autodefensas Unidas Campesinas del Magdalena Medio, que ya recuperó su libertad.
La intervención quirúrgica fue un éxito y Jeny regresó a casa en compañía de su esposo y sus hijos, en Puerto Triunfo (Antioquia), la misma zona donde la noche del 17 de septiembre de 2001, el paramilitar Édgar de Jesús Cataño, ‘El Enfermero’, buscó con linterna en mano a Damarys Mejía Ramírez, defensora social que venía construyendo cambuches para desplazados y desposeídos en tierras de Isaza y del capo Pablo Escobar.
Y a los pocos días, en una tarde de viernes, el sueño comenzó a hacerse realidad. Hasta su hogar llegó un emisario del desmovilizado jefe paramilitar, entonces recluido en la cárcel de El Pesebre, para decirle que su patrón la quería ver.
Jeny, que venía escuchando la palabra perdón de boca de un sacerdote amigo, aceptó el reto y, en compañía de su abuela, entró a la prisión y le entregó la razón que su señora madre le había enviado a Isaza: “Mi mamá le manda decir que no llore más por ella; que ella ya lo perdonó y que donde está, está muy bien”. Jeny hizo lo propio y abrazó al verdugo, lo mismo que hizo días después en la cárcel La Picota de Bogotá con el autor material del crimen. ‘El Enfermero’, al igual que lo hizo su jefe, también le pidió perdón de corazón.
Jeny, conocida como ‘La Tata’, hoy, al igual que su mamá, es una líder social que lucha por el derecho de las víctimas a conocer toda la verdad de lo ocurrido en la guerra, verdad que ha permitido hacer 340 duelos como el de ella. “Perdonar, libera, hace sentir una infinita paz interior”.