En la vereda La Pola, en las calurosas llanuras de Chibolo (Magdalena), se levanta la Casa del Balcón, que durante nueve años fue el centro de operaciones del temido jefe paramilitar Rodrigo Tovar Pupo, ‘Jorge 40’, condenado a 16 años de prisión en Estados Unidos. En 2013, la gran casona fue restaurada por la Unidad de Víctimas y hoy es el símbolo del triunfo pacífico de todo un pueblo sobre la barbarie de la guerra. Un pueblo que retornó a casa de la mano de un policía retirado.
Primero llegaron los guerrilleros de las Farc y detrás de ellos los paramilitares. El 19 de julio de 1997, ‘Jorge 40’ citó, con fusil en mano, a todos los campesinos en la hacienda El Balcón. Les dijo que ese pueblo era un nido de ‘bandidos’ y que necesitaba que desocuparan todas las tierras. “O se van o los quemo vivos”, fue su sentencia final. Desde entonces, la violencia se extendió por todo el municipio, dejando 2.753 víctimas, de las cuales 2.621 eran desplazados. También se registraron 238 casos de homicidios y masacres y 60 desapariciones forzadas.
En 2006, con la desmovilización de ‘Jorge 40’, comenzó el tímido retorno de los desplazados, que vivían en condiciones infrahumanas en Cartagena, la Sierra Nevada de Santa Marta, Barranquilla, Pivijay y Las Canoas (Magdalena) e incluso en territorio venezolano. Todo estaba cambiado, el monte lo había invadido todo.
“Nosotros tuvimos un líder llamado Orlando Yanes Tirado, un policía retirado, quien ya falleció. Él se reunió con tres o cuatro de Chibolo, también desplazados, con la OEA y la Defensoría del Pueblo para saber qué teníamos que hacer, y así el Estado nos ayudó a recuperar las tierras”, les narró el campesino César Escorcia Vásquez a periodistas del diario El Tiempo.
El Gobierno Nacional, a través de la Unidad de Restitución de Tierras, no solo les devolvió la titularidad de sus parcelas, sino que les financió proyectos productivos. Poco a poco las tierras volvieron a ser productivas. Crecieron los potreros y con ellos el hato ganadero, al igual que cientos de eucaliptos comerciales, huertas caseras y otros cultivos de pancoger.
La Casa del Balcón, una construcción con aire colonial, hoy es el ágora donde los campesinos discuten sobre su futuro, donde proyectan montar una moderna biblioteca para que reine allí, por siempre, la fuerza del argumento y no el de los fusiles que un día intentaron destruir su pueblo.