En un desvencijado y solitario rancho de madera, protegido tan solo por unas viejas palmichas capaces de soportar hasta los aguaceros de selva, un indígena, en cuyo rostro se esculpen surcos de cansancio, labra en madera el Cristo de la Selva. El indígena Luis Eugenio Arroyabe se convirtió en escultor de cristos para proteger, en especial a policías y militares, el día en que unos mil guerrilleros de las Farc se tomaron Mitú, la capital del Vaupés, mataron a 41 policías y se llevaron a otros 61.
Su experiencia aborigen lo llevó a escoger el árbol Palo Sangre, madera pesada, fuerte y de color rojizo, utilizada por distintas comunidades indígenas para la creación de sus artesanías: centros de mesa, imágenes religiosas, animales salvajes, utensilios, ceniceros, máscaras, candelabros… Con su viejo y afilado machete, convierte en troncos el gigantesco árbol y con la ayuda de esmeriles, pulidoras y una paciencia que se agota hacia las 9 de la noche comienza a darle forma a sus imágenes de un Jesucristo con rostro indígena. No usa ningún tipo de molde. “Ya me sé de memoria cada paso que debo hacer”, señala este hombre que recorre las calles de Mitú ofreciendo a creyentes sus obras de arte, que encuentran en policías y militares a sus mejores compradores.
“Con mi trabajo busco ayudar a que el Cristo de la Selva proteja a todos aquellos que saben lo que es la guerra”. Los lugareños lo consideran un hombre sabio y creen que desde que existen más cristos en sus hogares, el fantasma de la violencia se ha ido disipando para dar paso a la solidaridad, a la convivencia y al progreso.
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