La melodía que la guerra no pudo silenciar.

En el año 2005 cuando ingresó a la Policía, muchos pensaron que dejaría atrás esa faceta serena que lo definía.
  • una sensibilidad que sobrevivió a la dureza del servicio y que se niega a apagar su luz
  • Miguel nació en Popayán, pero su destino parecía hecho de caminos largos
  • con serenidad, con emoción y con ese talento que convierte un instante cualquiera en un momento inolvidable

 

Por: Emilio Gutiérrez Yance

La vida del intendente Miguel Antonio Ordóñez Bolaños, adscrito a la Policía Nacional de Colombia en la Región N.° 4 del departamento del Cauca, se describe en una partitura escrita con maderas nobles y cuerdas afinadas; cada acorde que toca sigue flotando en la memoria de quienes lo han escuchado. Así empieza la historia de un hombre que encontró en las seis cuerdas no solo un refugio, sino una forma de servir: con serenidad, con emoción y con ese talento que convierte un instante cualquiera en un momento inolvidable.

Miguel nació en Popayán, pero su destino parecía hecho de caminos largos, de esos que se recorren con paciencia y fe. La guitarra lo acompañó antes que el uniforme: primero en la sala humilde de su casa, luego en las esquinas donde los muchachos se reúnen a desafinar sueños. Allí aprendió que la música no es un lujo; es un salvavidas invisible.

En el año 2005, cuando ingresó a la Policía, muchos pensaron que dejaría atrás esa faceta serena que lo definía. Pero él entendió que la música no se abandona: se transforma. Sus primeros meses de servicio coincidieron con noches duras en zonas rurales, donde la incertidumbre hacía más ruido que cualquier fusil. En esos momentos, Miguel afinaba su guitarra como quien enciende una vela en un apagón.

Los compañeros aprendieron rápido que su presencia traía calma. Bastaba verlo abrir el estuche, acomodar la guitarra sobre la pierna y pulsar un acorde suave para que el ambiente cambiara. No era magia, era humanidad. En un mundo donde todo parece inmediato y tenso, él recordaba que la vida también tiene silencios que merecen ser escuchados.

Desde que fue auxiliar en Popayán, la música lo acercó a la comunidad. Cantó en la orquesta de la Policía del Cauca, un puente vivo entre la institución y la gente. Esa experiencia le mostró que había espacio para su arte dentro del uniforme. Más tarde, en 2008, vivió uno de esos momentos que se guardan como tesoros: fue el artista encargado de abrir el “Concierto por la Paz” en Florencia, Caquetá. Miles de personas llenaban la plaza Carlos Albán y allí, frente a esa multitud, un policía cantó por la paz con un corazón que parecía sostener el país entero.

No todo fue sencillo. Estuvo en zonas complejas, como el corregimiento El Plateado, adonde llegó con su guitarra a pesar de las circunstancias. Cuando tuvo que salir de allí por motivos de seguridad, la dejó atrás, casi como quien abandona un pedazo de sí mismo para poder seguir. Más tarde, de regreso en Popayán, volvió a la orquesta de la Policía y también al acompañamiento espiritual de las eucaristías. Cantó en despedidas de compañeros caídos, quizá los escenarios más difíciles que un músico puede enfrentar.

Años después, ya con galones en la hombrera y experiencia tatuada en la memoria, Miguel entendió que su misión no era solo patrullar calles o resolver conflictos. También era conectar: hablar con quienes sienten que la Policía está lejos. Y lo hace como sabe: tocando en escuelas, en parques y en jornadas comunitarias. Su guitarra se volvió puente; su voz, un recordatorio de que el uniforme también late.

Lo curioso es que él nunca se ha considerado músico profesional. Dice que solo toca “lo que sale del alma”, como si esa frase explicara la manera en que conmueve a quien lo escucha. Pero quienes lo rodean saben que hay algo más profundo: una sensibilidad que sobrevivió a la dureza del servicio y que se niega a apagar su luz.

Hoy, mientras el país celebra el Día del Músico, Miguel no busca reflectores ni aplausos. Solo quiere seguir afinando esa guitarra que ha sido su compañera de viaje, su termómetro emocional, su forma de servir. Porque en cada acorde que pulsa deja un mensaje invisible: la paz también se toca.