Bolívar, Arjona
Miércoles, 26 de Febrero de 2020
Para formar parte de una institución tan querida por los colombianos, se requiere de mucha vocación.

Cuando el patrullero José Janel Ortiz se enteró de la muerte de Wirleydis Dayanis Puerta en el corregimiento de Sincerin, jurisdicción de Arjona, el pasado 9 de febrero de este año, decidió ir hasta el lugar y ser parte de las investigaciones. Lo que él no sabía era que este suceso sería uno de esos en los que la vida le recordaría las motivaciones que lo llevaron a ser parte de la Policía Nacional.

“Ver a esa niña de 14 años así, torturada, apuñalada, golpeada, sin ojos y empalada con un palo entre sus partes íntimas, me transportó hacia el pasado, cuando mi mamá fue víctima de tortura por parte de las Autodefensas”, manifestó.

Para el uniformado, este fue uno de los casos que más lo ha marcado desde que hace parte de la Policía y como investigador. “Me imagino que el dolor que esa niña sintió fue igual al que mi señora madre debió sentir mientras era torturada”, afirmó el patrullero.

Ortiz de 38 años de edad, con nostalgia narró que de inmediato quiso apersonarse del hecho, porque era una manera de poder hacer justicia en nombre de su progenitora, quien fue asesinada hace 18 años, en Pore, Casanare.

José con mucha nostalgia en su voz y su mirada, explicó cómo fue todo ese momento que él y sus cinco hermanos tuvieron que vivir por culpa de la guerra, en su tierra por allá en el 2000, cuando apenas tenía 14 años de edad; cuenta que hasta el mismo Jesús Cristo “pago escondederos a pesos”.

José Janel quien proviene de una familia humilde de casta provinciana, honrada y trabajadora, fue víctima de la violencia que golpeaba al país por aquel tiempo. Violencia que lo dejó huérfano desde muy joven, pues sus padres fueron asesinados de manera violenta.

El patrullero recuerda que cuando este grupo llegó al pueblo, iniciaron extorsionando a los residentes. Luego comenzaron las masacres a todos los que se atrevían a mencionar o decir algo al respecto.

En su tono de voz, aún se siente el dolor por lo vivido, cuando por allá en el 2002 apenas la luna despuntaba los jinetes de la muerte pertenecientes a un grupo que se hacían llamar los Urabeños que portaban un brazalete con las letras AUCCC –Autodefensas Unidas de Córdoba, Casanare y Urabá- llegaron hasta la finca en donde él y su familia vivía y sacaron a su madre de la habitación.

De las cosas que más le duelen a Ortiz es que su madre, quien luchaba por ellos como cabeza de familia y líder social en el corregimiento en el que vivían, lo hacía sola desde el asesinato de su esposo. A pesar de todo, esto no fue suficiente para que la violencia no la alcanzara.

“En 2002 llegaron los hombres de las Autodefensas a la casa y luego de sacarla de la habitación donde estaba mi madre, la llevaron a unos 500 metros de la residencia y torturaron. Le cortaron los senos, fue degollada, apuñalada en la espalda; todo con las manos atadas a la espalda y bocabajo. Luego la dejaron allí en la mitad de una carretera destapada, en la vía principal y luego se fueron”, narró el uniformado con mucha nostalgia.

Para la época, Ortiz y uno de sus hermanos estaban en la cabecera del municipio porque estaban estudiando. Allá le notificaron lo sucedido y de inmediato se desplazaron hasta la vereda donde estaba el cadáver de su mamá. “Entre amigos y algunos familiares tuvimos que llevarnos el cuerpo de mi mamá, porque a la inspectora y al juez municipal les dio miedo de hacerlo por la presencia del grupo armado”, expresó.

Como pudieron y en una volqueta llevaron el cuerpo de su madre hasta el cementerio en el que fue sepultada, y luego volvieron a la finca donde residieron por tantos años y de donde fueron desplazados, para recoger las cosas que quedaron para ir a buscar refugio en otra parte. Desde ese día, tuvieron que separarse todos los hermanos, una parte en casa de los abuelos y otros con una hermana, que se había casado con un docente.

“La muerte de mi mamá fue más fuerte y la que más dolió porque era la única que nos quedaba, pues mi papá ya había muerto hace algún tiempo. Incluso quedó en la impunidad”, anotó con tristeza José Janel.

Desde aquel momento, a Ortiz le tocó laborar en las arroceras para poder continuar sus estudios, pero con la mente en querer ingresar a la Policía Nacional, un pensamiento que ya venía de un tiempo atrás, pues cuando estaba en casa de su abuelo, veía los programas en los que las autoridades esclarecían casos de homicidios en los que además capturaban y encerraban a los responsables.

Aquellas ganas de querer hacer parte de la Policía que nacieron desde la muerte de su madre necesitaban un pequeño empujón. Y así fue, en casa de su abuelo, José Janel quien tenía un inmenso deseo de saber qué fue lo que sucedió con su mamá, se quedaba viendo los noticieros en un televisor viejo. Allí veía cómo los peores homicidios eran resueltos por las autoridades y cómo encerraban a los criminales. Ese era el impulso que necesitaba para tomar su decisión de ser miembro de la Policía.

Fue así como un día cualquiera, su hermana mayor encontró un recorte de periódico en el que decía que se informaba que había incorporaciones para la Policía. “Ella me dijo y como sabía de mis ganas de ser Policía, ella misma me llevó a la ciudad de Yopal. De ahí me mandaron para la escuela de Villavicencio, la Eduardo Cuevas, donde hice todo el proceso como auxiliar regular de la Policía. Allí fui brigadier de compañía. Eso me ayudó a que me pusieran en un mejor puesto que a mis compañeros que habían enviado a Caquetá, Arauca, etc., mientras que a mí me enviaron a la escuela de suboficiales Gonzalo Jiménez de Quesada, como premio de ser brigadier. Allá presté mis servicios militares con excelente conducta y libreta de primera clase.

Cuando estaba terminando, me enteré de la convocatoria para Patrullero, por lo que solicité el permiso que me concedieron para iniciar mi carrera como profesional. Ortiz narró con nostalgia que, a pesar de esto, no contaba con los recursos económicos para tal fin. “La que me ayudaba era mi hermana que lo poquito que lograba tener de parte de su esposo, me lo enviaba, pero no alcanzaba, por lo que me tocó lustrar botas y lavar camisas. No me da pena decirlo”, anotó el uniformado.

Tras el duro tiempo que tuvo que pasar en el curso para Patrullero, recordó Ortiz que logró el tan anhelado sueño de graduarse, tuvo que hacerlo solo, ya que nunca tuvo el dinero necesario para que sus parientes pudieran acompañarlo. Nostálgicamente expresó que mientras otros estaban con sus padres y amigos, él levantó la mirada al cielo y agradeció a su madre. “Sostuve una pequeña conversación en silencio con ella, incluso sentí que me secó las lágrimas”, recordó el uniformado mientras respiraba profundamente y suspiraba.

13 años en la institución

Desde aquella graduación han pasado 13 años en los que José Daniel hace parte de la Policía Nacional. Tiempo en el que ha ido cumpliendo con sus metas, entre esos los de integrar el grupo de investigación de homicidios de la SIJIN.

“Fui asignado a venir a trabajar en Bolívar, iniciando en el Modelo Nacional de Vigilancia por Cuadrantes, siempre con la intención de pertenecer a las dirigencias y seccionales donde pudiera tener acceso a investigar y esclarecer el homicidio de mi mamá. Esa fue mi motivación”, dijo Ortiz, quien agregó que desde el tiempo que lleva en la Seccional de Investigación Criminal Bolívar, muchos padres se le han arrodillado rogándole que esclarezcan la muerte de algún ser querido. Para él esas situaciones lo conmueven mucho, pues sabe lo que es perder un ser amado a manos de delincuentes y más cuando se es inocente.

Ortiz aseguró que a pesar de que ha pasado tanto tiempo, es difícil decir que no les guarda rencor a las personas que acabaron con la vida de su progenitora de manera vil y atroz. Sin embargo, su fe en Dios y en el sentido de justicia divina, le permiten continuar sin dejarse llevar por la sed de venganza.

José Janel Ortiz quien tiene 10 años de relación con su esposa, y fruto de su amor, nacieron sus dos hijos una niña de 8 años y un niño de 2 años, él junto a su esposa luchan día a día con pujanza para que sus descendencias sean útiles a la sociedad.

Finalmente les recomienda a todos los nuevos jóvenes que quieren ser parte de la gloriosa Policía, que se analicen y se pregunten qué quieren ser y lograr dentro de la institución y qué le podrán aportar a la sociedad. Hacer parte de una institución que es muy querida por los colombianos se requiere de mucha vocación, puesto que, se trata de una profesión donde se exige estar siempre al servicio de los demás, un gran compromiso con la sociedad y desempeñar el trabajo con una gran dedicación.

Autor: Emilio Gutiérrez.