Magangué despertó con un cielo tardío. El sol, que se demoró en salir, finalmente se asomó con toda su majestad, iluminando las agitadas calles del centro y despertando la vida en cada rincón. El bullicio era el de todos los días: motos que cruzaban sin descanso, vendedores ofreciendo sus productos con energía y transeúntes corriendo contra el reloj. Sin embargo, en medio de este ajetreo, una escena sencilla, casi inadvertida, se convirtió en un recordatorio de que aún hay espacio para la bondad.
Doña Mercedes Pineda, una mujer de cabellos de plata y paso lento, intentaba cruzar la calle principal con la ayuda de su bastón. El tráfico no daba tregua y los vehículos parecían no notar su esfuerzo. Fue entonces cuando el subintendente Gehyler Pacheco Torrecilla, miembro de la Policía Nacional de Colombia, se acercó con determinación y respeto.
"Permítame ayudarla, doña", dijo el uniformado, levantando la mano para detener el tráfico.
Con paso firme y una sonrisa serena, el subintendente acompañó a la abuela hasta la otra acera. Al llegar, Doña Mercedes le tomó la mano con gratitud y le dijo, con la dulzura de quien ha vivido mucho y aún sabe reconocer lo bello de la vida:
"Todavía hay gente buena, mijo. Que Dios lo bendiga."
El uniformado, con humildad, restó importancia al gesto:
"No fue nada del otro mundo; solo hice lo que cualquier persona debería hacer. En la Policía nos enseñan que estamos para servir, y eso va más allá del uniforme. A veces ayudar a alguien a cruzar la calle también es una forma de proteger."
Quienes presenciaron el acto no pudieron evitar emocionarse. Algunos grabaron un video, otros sonrieron, y muchos simplemente se quedaron en silencio, sabiendo que acababan de ser testigos de algo más grande que cualquier operativo policial: una muestra de humanidad genuina.
Doña Mercedes, con lágrimas dulces en los ojos, explicó que ese gesto le recordó a su hijo, quien solía tomarla del brazo para ayudarla a cruzar. No eran lágrimas de tristeza, sino de profunda gratitud.
Los vecinos, conmovidos, coincidieron en que gestos como ese son los que realmente construyen la seguridad en una comunidad, una seguridad que va más allá de los operativos: "Uno a veces escucha cosas malas, pero también hay policías buenos, comprometidos con la gente", expresó un comerciante del lugar.
Así, bajo el sol que al principio parecía perezoso, pero terminó iluminando todo, Magangué fue testigo de un gesto de bondad que inspiró a muchos. Porque, en medio del ruido y el afán del día, un solo acto de empatía y servicio bastó para recordarnos que servir es una forma de amar, y que hay luces como la del subintendente Pacheco que hacen que el día valga la pena.