Por: Emilio Gutiérrez Yance
En el corazón palpitante de los Montes de María, San Jacinto, la capital cultural de la región y capital mundial de la gaita, fue testigo de una jornada que conectó el alma de su gente con la tierra que los vio nacer. Este pueblo, considerado el primer centro artesanal de la costa Atlántica, se vistió de gala para la campaña "me pongo la diez", una iniciativa de la Policía Nacional en asocio con la Fundación Panamericana para el Desarrollo (Fupad), la Armada Nacional, Gestores de Participación Ciudadana y las Juntas de Acción Comunal.
La jornada inició con la limpieza de la plazoleta de la 19, en el barrio El Guanábano. Con el sol apenas despuntando, vecinos y voluntarios, armados de escobas y palas, se unieron para devolverle a este rincón de San Jacinto el brillo que merecía. Era un gesto sencillo, pero lleno de simbolismo: conservar un ambiente sano y proteger los parques como una expresión de amor por su tierra.
A medida que la mañana avanzaba, las actividades recreativas y lúdicas empezaron a llenar el aire de risas y alegría. Más de 150 personas, entre ellas 50 niños, disfrutaron de una integración que traspasó generaciones. En un par de fogones de leña, bajo la atenta supervisión de miembros de la comunidad, funcionarios y agentes de la policía, se preparaba un suculento almuerzo comunitario. No hubo distinción de roles: todos, desde el más pequeño hasta el más veterano, ayudaron a pelar verduras, lavarlas, picarlas, echarlas a la olla y menearla hasta que el sancocho, burbujeante, estuviera listo para ser servido.
El aroma del sancocho llenó el aire, atrayendo a los habitantes del sector que se unieron en torno a la "olla comunitaria". Este momento de comunión fue algo más que una comida; fue la reafirmación de los lazos familiares y comunitarios que sostienen a San Jacinto.
Finalmente, al calor de la fogata, mientras las llamas se extinguían lentamente, la comunidad se expresó, compartió sus inquietudes y, en un acto de corresponsabilidad, se comprometió a buscar soluciones conjuntas a los problemas que aquejan a su pueblo.
San Jacinto, la tierra de la hamaca grande, cerró el día con la satisfacción de haber fortalecido sus lazos, de haber compartido no solo un sancocho, sino un sueño de unidad y esperanza para el futuro.