Para un buen católico, estar ante la presencia del Papa es una experiencia prácticamente inefable. Y lo es más si el encuentro ocurre en las entrañas de la basílica de San Pedro, la más grande e imponente de todas las iglesias de la cristiandad y uno de los lugares más sagrados.
Jamás en mi vida me había sentido tan cerca de Dios como la mañana de ese domingo 18 de septiembre. Llegué puntual para participar en la homilía que el santo padre Francisco comenzaría a las 9 en punto, con motivo del Bicentenario del Cuerpo de Gendarmería del Vaticano.
Me acompañaban mi esposa, Martha Lucía; el señor obispo castrense de Colombia, monseñor Fabio Suescún Mutis; el embajador de Colombia ante la Santa Sede, doctor Guillermo León Escobar Herrán; el agregado de Policía en la embajada de Colombia ante el Gobierno de Italia, coronel Carlos Vargas Rodríguez, y mi ayudante personal, mayor Jeison Giraldo Pineda.
Nuestro guía y anfitrión era el general Doménico Giani, con quien horas antes habíamos firmado un histórico acuerdo mediante el cual la Policía de Colombia cooperará con la Gendarmería del Papa en el combate contra el terrorismo, el tráfico de drogas, el lavado de activos, el ciberdelito y otras expresiones del crimen transnacional.
Me sentaron en primera fila, desde donde podía ver la imagen del primer Papa latinoamericano, del líder espiritual responsable de un nuevo despertar para nuestra Iglesia y promotor del diálogo interreligioso, que parte de la única certeza, que reza que todos somos hijos de Dios, más allá del abanico universal de religiones.
Cuando el santo padre hizo presencia ante los cientos de fieles que abarrotábamos el templo, se sintió como si una energía sobrenatural se tomara el lugar. Su sola figura irradia bondad, humildad, tranquilidad, sosiego, respeto absoluto.
Cada palabra pronunciada por el santo padre era aplicable a cualquier confín del planeta. Hablaba de la existencia de tres tipos de personas o seres humanos: el explotador, el estafador y el hombre fiel. Predicaba que al primero solo le interesa de forma maníaca la ganancia. Que su única deidad es el dinero y que su actuar está dominado por el fraude y la explotación de los pobres e indigentes.
Con el estafador personalizó el cáncer de la corrupción, que invade al mundo. “El estafador ama los sobornos, los acuerdos oscuros, los acuerdos que se hacen en la oscuridad. Y lo peor de todo es que él cree que es honesto”.
Y del hombre fiel dijo que es un ser de oración, aquel que camina con la cabeza en alto, defensor y promotor de la honestidad, el que evita que el explotador y el estafador impongan su ley.
Fueron momentos de profunda reflexión, en los que uno piensa cómo optimizar su trabajo para enfrentar los problemas de nuestra sociedad y defender y proteger a los millones de hombres y mujeres fieles de Colombia.
Lectura de la oración A ese raudal de emociones se sumó otra, la que se convertiría en histórica para nuestro país: por primera vez un director de la Policía leería una oración en la basílica de San Pedro, al lado del santo padre.
Con un poco de nervios pasé al atril, a la espera de una señal de alguien para comenzar a leer la Oración de los Fieles. Mi sorpresa fue mayor cuando el propio papa Francisco me indicó con su cabeza que era hora de iniciar la lectura.
Mi forma tranquila de actuar en la cotidianidad de la vida recibió una sobredosis de calma espiritual que me permitió empoderarme de mi papel de orador para pronunciar sin temores cada palabra de la santa oración universal.
Pero aún faltaban más emociones. Al terminar la santa misa me informaron que el santo padre nos recibiría. Previendo esa posibilidad, en Bogotá había ordenado grabar en una placa de la Policía Nacional la dedicatoria: ‘Con profunda admiración e infinito respeto, para nuestro guía espiritual y artífice de la paz de Colombia, su santidad Francisco’.
De un momento a otro apareció ante nosotros y nos saludó como si fuésemos viejos conocidos. Estrechar sus manos equivale a sentir en carne propia que el bien siempre estará por encima del mal, que la bondad del ser humano siempre estará por encima de esas vanidades mundanas que nos hacen caer en tentación.
“Quiero decirles que el Papa ora por la paz de Colombia”, nos dijo con voz de esperanza. Ahí aproveché para pedirle una oración extra: por los policías de Colombia y sus familias. Lo propio hizo mi esposa, al solicitarle una bendición para nuestra familia. Todo el tiempo sonrió, en especial cuando alguien hizo algún comentario, supongo que jocoso, porque soltó una gran carcajada.
Procedí a despedirme como lo hacemos las personas de fe, con profundo respeto y admiración. Salí de allí bendecido, agradecido con mis padres, por los valores que inculcaron en mí; agradecido con mi familia, por su amor incondicional, y agradecido con la vida, con mi patria y con mi Policía Nacional, por tan incomparable e irrepetible oportunidad.
Gr. Jorge Hernando Nieto Rojas Director General Policía Nacional