Un museo que se resistió al olvido

Esta edificación, tiene algo más: una terraza desde donde se ve uno de los paisajes más hermosos de Bogotá.
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Cuando el general Víctor Alberto Delgado Mallarino llamó a su despacho al mayor Humberto Aparicio, este último, y como era costumbre, hizo un examen de conciencia. “¡Otra vez! –pensaba–, y ahora qué hice. Yo sudaba cuando eso pasaba”.

Pero como siempre, lo que lo esperaba era una misión: salvar un viejo palacio en el centro de  Bogotá, construido entre los años 1923 y 1926 como sede de la Dirección de la Policía por el arquitecto Alberto Manrique Martín. Mil días duró la obra, que años después caería en la ruina total.

La estructura, de tres pisos en ese entonces, estaba desplomada; sus marcos, las lámparas de araña y hasta las chapas alemanas habían sido robados; el polvo y la suciedad estaban carcomiendo la reliquia. Fue hace 34 años. “Cuando llegamos, un coronel y un capitán de fragata me ayudaron a levantar la casa. La querían como museo porque a este lo habían sacado del Museo Nacional, donde se fundó en 1959; luego, de la Escuela de Cadetes General Santander, y después, de una bodega donde los objetos habían quedado en el olvido”. Qué pensaría Juan María Marcelino Gilibert, militar francés, organizador de la Policía Nacional en el año 1891, se preguntaba Aparicio. Así fue como se trajo a miembros de cuanto taller existiera en la institución. “Todos los días era un hormiguero de gente trabajando. En dos años restauramos la parte eléctrica y la parte hidráulica, y reemplazando todas las piezas que se echaron a perder. Todo, lo más parecido a lo original”.

Pero en esa época el mayor Aparicio tenía 60 años, se sentía pleno para “hacer y deshacer y se retiró de la causa por un tiempo”. No fue por mucho. Hace 18 años lo llamó el general Luis Ernesto Gilibert para que, otra vez, se pusiera al frente del museo, un tema que dominaba. Lo primero que hizo fue sacar a todo el personal, asignarle a cada dirección de la policía un espacio para revitalizar las muestras,  y además es de los que mandan a sus policías a la plaza de Bolívar a que traigan de la mano a turistas. “Aquí es gratis la entrada. Hay tinto y bomba para los niños; y si tienen suerte, les cuento un chiste”.

El recorrido El museo siempre está impecable e iluminado. A la llegada, el visitante es recibido con un diorama de madera, cuyas caras son expuestas por una persona. Este muestra los orígenes de la policía en la humanidad y, por supuesto, en el país. Luego se puede conocer el oratorio y ver objetos curiosos como un armonio, un misal de 1500, un viejo reloj con el que los agentes marcaban tarjeta, una máquina antiexplosivos de invención nacional y hasta el dron que voló en el 2001 en la Copa América.

También es curioso ver los carrosprisión que funcionaban en los años 1912 a 1919, un cañón del conflicto colombo- peruano, entre otras muestras. Todos los salones recogen información sobre autoridades, leyes, penas y castigos, insignias, distintivos, pero lo más increíble es que el museo ha recibido 157.939 visitantes solo este año.

Sus salas están organizadas de manera cronológica, eso permite tener una idea de la evolución histórica de la Policía. Esta edificación, de marcada influencia francesa, tiene algo más: una terraza desde donde se ve uno de los paisajes más hermosos de Bogotá.